miércoles, 17 de septiembre de 2014

AL OTRO LADO DE LA CERCA


En un famoso ensayo titulado «Contra la interpretación» (1966), Susan Sontag, brillante ensayista norteamericana, planteó lo siguiente: El estatuto ontológico de la obra de arte no ha cambiado desde Aristóteles hasta la actualidad. Qué significa esto… que aún seguimos creyendo que el arte nos intenta decir algo; seguimos pensando que nos acercamos a una obra para interpretarla. Y esto nos entrega, inevitablemente, a las garras de la supremacía del contenido. El contenido, de ninguna manera, puede gobernar el arte. No interpretamos una obra; expandimos su sentido, nos adueñamos de él, lo vivimos y gozamos. 

Esta supremacía del contenido se ha apoderado de dos obras estrenadas recientemente. Las neurosis sexuales de mis padres (Lukas Bärfuss) y Al otro lado de la cerca (August Wilson). Coincidentemente, ambas fueron dirigidas, al mismo tiempo, por Jorge Villanueva. Estas obras comparten algunas características. Ambas son de autores extranjeros, el primero suizo, el segundo norteamericano. Ambas se inscriben dentro de un proyecto crítico y reflexivo mayor, fuertemente vinculado con el contexto de producción de cada autor. Las obras de Bärfuss critican la ideología racista y chovinista que sirve de sustrato principal para la formación de las sociedades europeas. Y la gran serie de Wilson indaga y denuncia la discriminación contra los afroamericanos en Estados Unidos. 




Las neurosis sexuales de mis padres es una obra muy compleja, que necesita un estudio meticuloso para ser puesta en escena. Se debe crear la atmósfera correcta para que los personajes adquieran sentido y vida propia. Esto no sucede en la obra estrenada en la Alianza Francesa. Alberto Servat, ha escrito una crítica muy certera en el Comercio. En la que elogia la actuación de Wendy Vásquez. Coincidimos, pudimos apreciar una Dora atractiva y conmovedora. De la misma manera que en Al otro lado de la cerca vimos a un Troy Maxson (Martin Abrisqueta) potente, contrariado e interesante. Lamentablemente, estas obras se reducen a sus protagonistas; y claro al mensaje que trasmiten, el cual en vez de crear expectativa, asfixia las representaciones. 

En Al otro lado de la cerca, lamentablemente, esa asfixia empeora. Como bien sugiere Sergio Velarde, basta leer el programa de mano para darnos cuenta de la confusión que genera presentar una obra bajo una etiqueta. Siguiendo su reflexión, encontramos otra similitud entre los dos montajes de Jorge Villanueva. El tema de la discriminación solo es un tema de los muchos que plantea Al otro lado de la cerca. Lo mismo sucede con Las neurosis sexuales de mis padres; la incomprensión y falta de comunicación sobre temas sexuales entre Dora y sus padres es solo un tema de los muchos que aborda el complejo drama de Bärfuss. Evidentemente, este afán reduccionista no solo es un asunto de la producción y el director. El campo teatral, que recién se está construyendo en Lima, parece mostrar más entusiasmo por el tipo de obras que tienen mensaje. No es casualidad que reconocidos diarios de Lima, que raramente se ocupan de temas culturales, hayan dedicado extensos artículos al análisis del mensaje de estas obras.

Una obra de teatro tendría que ser, en todo momento, una experiencia espontánea, lo ideal es que estemos liberados, por completo, del corsé de la interpretación. Por lo demás, es evidente que algunas obras foráneas deben ser adaptadas para estrenarse aquí. ¿Se podrá estrenar una obra extranjera sin ninguna adaptación? Compartimos los mismos códigos con el resto del mundo, pero, ¿también compartimos la misma sensibilidad? Finalmente, creemos que el teatro es una experiencia aleccionadora, pero no porque nos instruye sino porque nos permite gozar y vivir una experiencia estética. Uno de los elementos para lograr esto es crear un vínculo horizontal entre la obra y el espectador. Al otro lado de la cerca no le deja absolutamente nada al espectador, se apodera de todo, incluso antes del estreno.