martes, 13 de julio de 2021

HUMANIDADES DIGITALES: UNA EXPERIENCIA

 

I

El reciente libro Humanidades digitales del profesor Miguel Ángel Huamán es una invitación a pensar, desde el contexto de la pandemia, cuestiones pedagógicas, políticas y literarias. Ello desde un horizonte humanista que ve en la educación y la razón critica una posibilidad de emancipación. En el libro existen aproximaciones fundamentales para toda persona interesada en la literatura y las humanidades; pero inscritas y asociadas al mundo educativo telemático, el cual se encuentra en plena vigencia. Así, son de un orden sustancial artículos como “El lenguaje como cognición”, “El lenguaje como cultura”, “¿Hay evolución en la literatura?” y “¿Cuán científica es la crítica literaria?”. Las ideas vertidas en estos textos son fundamentales para cualquier profesor de comunicación y literatura porque tratan conceptos teóricos y pedagógicos fundamentales y vigentes que son muy útiles si se quiere estar a la vanguardia en la práctica humanista y pedagógica.  

II

El humanismo expresado en los textos de Huamán es un punto de partida fundamental para entender el presente y el futuro del proyecto humanista, fraguado durante la modernidad, que ahora está sufriendo una reconfiguración total. No se puede pensar el posthumanismo, si no entendemos el lenguaje como cognición y como cultura. La nueva relación que el ser humano está construyendo con la técnica y el mundo tecnológico (infoesfera) nos obliga a pensar en un nuevo tipo de intersubjetividad; y, por lo tanto, en nuevos tipos de ética y moralidad que superen el determinismo moderno. Las ideas modernas nos conducen a una sustanciación, sea positiva o negativa, del ser humano que impide pensar el posthumanismo inminente que se aproxima. Pero no podremos entendernos inmersos en la inteligencia artificial y la hiperconectividad, si no nos deshacemos de la idea del mundo como representación, es decir, si no superamos la idea de que el lenguaje representa al mundo. Como plantea Huamán, se debe entender el lenguaje como cognición, es decir, debemos pensar el lenguaje como una “acción discursiva”, que remite siempre “al orden dialógico”, “al orden de la interacción social”, basada en el reconocimiento mutuo. Solo entendiendo el lenguaje de esta manera tendremos espacio para lo indeterminado, de manera que podamos escapar de la tiranía de los datos, la nueva religión creada en Silicon Valley.

  

lunes, 5 de julio de 2021

PROYECCIONES DEL CAMBIO CONSTITUCIONAL CHILENO


Dado que vivo en Tacna, ciudad austral del Perú que limita con Chile, he podido ser testigo de primera mano del, hasta hace poco, exitoso modelo económico chileno. Durante años, la sociedad peruana, influenciada por los políticos de turno, miró con recelo y envidia a su vecino del sur. En ese sentido, los presidentes que siguieron al dictador Alberto Fujimori intentaron emular a aquel que se hacía llamar el “oasis de Latinoamérica”. Se copió su sistema de pensiones, se copió su desregulación laboral, se copió su fanático afán por los TLC, en fin, se intentó copiar todo. Tanto es así que, del mismo modo que existió el “milagro chileno”; durante un breve tiempo, en la segunda década del siglo veinte, también se produjo el “milagro peruano”. Cada vez que se asomaba una opción distinta, la clase política peruana usaba como prueba fehaciente el modelo chileno para defender el statu quo neoliberal instaurado en los noventa.

Imagino que, al igual que en Perú, Chile ha sido el caballito de batalla de todas las derechas conservadoras latinoamericanas. Por un lado estaba Venezuela, “mira a donde te conduce el socialismo”; y por otro Chile, “mira a donde te conduce nuestro modelo”. De hecho, esa fue la fórmula que se utilizó en las elecciones peruanas del 2006 y el 2011.  Sin embargo, lo que en su momento fue un verosímil discurso conservador ya no surte efecto; pues, ahora, de la misma manera que podemos decir que el “socialismo” fracasó en Venezuela, podemos decir que el modelo neoliberal fracasó en Chile. Las repercusiones sociales y políticas que generará en los siguientes años lo que en su momento se llamó “el despertar del pueblo chileno” son difíciles de prever. Sin embargo, de lo que no existe duda alguna es que alterarán el espectro ideológico en la región. Pues, la palabra progresismo ya no será sinónimo de socialismo del siglo XXI, sino que también podrá asociarse a la nueva Constitución chilena ganada a pulso en las calles.

¿Cómo se llegó a esto? De lo que parecía el fin de la izquierda latinoamericana con las elecciones de Macri, en Argentina; Bolsonaro, en Brasil; Kuczynski, en Perú; y Piñera, en Chile; ahora esperamos expectantes la que quizás sea la primera Constitución latinoamericana progresista, inclusiva y popular del siglo XXI. Y Chile, así como eligió democráticamente al primer presidente socialista de Latinoamérica, ahora es el país que convoca a la primera Asamblea Constituyente paritaria con participación de ciudadanos ajenos al establishment político y una cuota para pueblos originarios. Solo esto es algo verdaderamente revolucionario en la política latinoamericana que siempre ha estado a cargo de políticos “profesionales” vinculados con las más altas esferas del poder. El hecho de que todo haya iniciado por el aumento del pasaje del metro nos obliga a repensar los procesos revolucionarios. Si algunos piensan que la revolución ya no sirve como un mecanismo de disrupción social, el caso chileno demuestra que están equivocados.  



Un fenómeno que parecía ser otra revuelta juvenil fue creciendo como una bola de nieve hasta poner en jaque al discurso hegemónico neoliberal y redefinir aspectos identitarios de la sociedad chilena. Todo esto en un país del que se pensaba había alcanzado el éxito gracias a la “mano dura” de Pinochet, y donde, al igual que en Argentina, la matriz cultural europea era hegemónica. En Chile, ha quedado claro que las cifras macroeconómicas no garantizan el desarrollo y que el mercado no puede regir todos los aspectos de la vida; pero, además, ha quedado claro que es necesario un reconocimiento a los pueblos indígenas; que un país caracterizado por su clasismo y autoritarismo convoque una Convención Constitucional en la que los pueblos originarios tengan voz y voto debería marcar un antes y un después en la historia política latinoamericana.

Recuerdo, regresando a mi lugar de enunciación, como trataban los carabineros (policía chilena) a las paisanas que viajaban a Arica o retornaban de allí. Cuando pasabas la frontera, la condición de peruano e indígena te hacía merecedor de un “trato especial” por parte de las fuerzas del orden chilenas. Por eso, no me sorprende la violencia institucional contra el pueblo Mapuche que ha imperado durante años en Chile. Visto desde el Perú, el discurso hegemónico neoliberal acreditaba la rigidez de los carabineros, esta era una especie de un emblema del progreso que había alcanzado el país del sur. Sin embargo, si prestabas atención podías notar que algo no andaba bien, el progreso económico que amparaba ese clasismo y racismo institucionalizados no era tal. Tacna era, antes de la pandemia, un gran centro comercial y de servicios para los chilenos. Ariqueños compraban todo en Tacna, desde joyas hasta papel higiénico, quizás esto no sea evidencia suficiente de la desproporción entre salarios y capacidad adquisitiva; pero que te resulte rentable viajar desde Santiago, ubicada a más de 2000 kilómetros de Tacna, para hacerte un chequeo dental en vez de hacerlo en tu propia ciudad sí era una evidencia palmaria del poder omnívoro que tenía y tiene el mercado en Chile.  

Tal como sucede en el Perú, el rol del estado en Chile se limita a garantizar la liberalización económica y financiera. Aspectos como la salud y la educación no son derechos fundamentales, sino que son regidos por la ley de oferta y demanda. Un sistema que reduce a su mínima expresión el rol social del Estado está condenado al fracaso. Eso ha quedado evidenciado no solo en Chile, sino en todo Occidente, primero con la crisis económica global del 2008, y ahora con la pandemia del COVID-19. El proceso reivindicativo y trasformador que está realizando el pueblo chileno es un síntoma más de que los tiempos han cambiado. El sistema neoliberal instaurado en Latinoamérica por el Consenso de Washington ha terminado. Los que auguraron el final de la historia luego de la caída del Muro de Berlín son vistos, desde este punto del siglo XXI, como prestidigitadores medievales. Quizás por eso, en Perú, la embajada estadounidense ha legitimado las recientes elecciones que declaran vencedor a Pedro Castillo (representante de izquierda que plantea la realización de una Asamblea Constituyente).










¿Habrá quedado en el olvido el tiempo en que Estados Unidos pensaba que América Latina era “su patio trasero” y la región tendrá más rango de acción para forjar su propio rumbo democrático? Sin duda China y su modelo económico estatal son una amenaza para Estados Unidos; este, como potencia en declive, deberá reconfigurar sus relaciones con países sobre los que antes ejercía un dominio total. Este escenario es apropiado para que América Latina construya un discurso que redefina su participación en eso que llamamos Occidente, de manera que los lazos neocoloniales aún vigentes cedan paso a una relación mucho más horizontal. En este decurso de sucesos el cambio constitucional chileno es fundamental porque oxigena el progresismo latinoamericano, y trascendental porque brinda un nuevo camino (del que todavía no vislumbramos su alcance) que podría ayudar a dejar atrás, esta vez sí, la dicotomía comunismo-capitalismo propia del siglo XX.

En ese sentido lo que se logre con la nueva Constitución chilena será importante no solo para Chile, sino para toda América Latina. A través de la reconfiguración del rol del Estado como proveedor de servicios y regulador del mercado, nos acercamos a un estado de bienestar que garantice una calidad mínima de vida y reduzca las diferencias sociales, y además recobramos autonomía frente al capitalismo trasnacional. A través del reconocimiento de los pueblos originarios, reivindicamos la identidad heterogénea de nuestros países, eso ayudará a articular una identidad regional robusta que nos permita enfrentar los discursos de las potencias hegemónicas. A través de la incorporación de derechos ambientales, nos ubicamos a la vanguardia de la lucha contra el cambio climático, amenaza latente para el futuro de la humanidad. Todos los logros que alcance a ver materializados el pueblo chileno serán una luz de esperanza para quienes aspiramos a un mundo menos desigual y más justo. Es auspicioso y emocionante ver como el pueblo unido y consciente continúa siendo un mecanismo de control del poder y transformación social. La historia no se detiene, aunque eso quisieran algunos, sino todo lo contrario, avanza cada vez más aceleradamente.