martes, 24 de marzo de 2015

JARDÍN DE COLORES

Carlos Tolentino es uno de los directores más audaces de nuestro medio. No solo tiene claro que una obra dramática debe ser enriquecida y transformada cuando se lleva a escena. Además, sus montajes tienen un sello propio, que evidencia una sólida preparación teórica y artística; las obras de Tolentino acusan una poética que no teme arriesgarse para alcanzar su objetivo: producir nuevo sentido a través de la representación. Por eso, usa de manera ejemplar y sugerente el performance, los desplazamientos, los efectos de luces y sonido, la escenografía. Colegimos esto cuando asistimos a Japón y Todos eran mis hijos, estrenadas el año pasado, y lo corroboramos ahora en Jardín de colores.  

Por esto, de la mano de Carlos Tolentino, estas obras nos regalan todo el potencial estético que cobijan. Incluso, podríamos decir que en ellas existe una reinvención simbólica de la historia, debido al carácter transcendente que adquiere la puesta en escena que el director concibe. Así, la obra se vuelve más compleja; pero, al mismo tiempo, conserva su belleza humana pues también se crean escenas conmovedoras. Un ejemplo de estos lineamientos es Jardín de colores. Un drama psicológico con cierta complejidad simbólica, pero con pocos méritos a nivel de composición formal y profundidad estética del texto.


La obra fue escrita por María Del Carmen Sirvas, quien también es la protagonista: Luciana. Personaje complejo, con profundos conflictos psicológicos, producidos por la muerte del padre y el sentimiento de culpa que alienta la madre, razón por la cual pugnan en ella la inocente simplicidad de una niña y el deseo de descubrir la libertad, a través de la sexualidad. María Del Carmen sigue la directriz de otras actrices que han interpretado papeles similares últimamente. Completan el elenco Natalia Montoya, en el papel de Ana, la madre. Y Estaban Philipps: Salvador, el inquilino que mantiene una sugerente relación con Luciana, y quien, curiosamente, llega a casa de la protagonista porque está buscando a su hija que abandonó muchos años atrás. Toda la descripción que llevamos encima no es suficiente para bosquejar el juego simbólico que buscó crear la autora, y quizás este sea el principal problema, apostar por muchos matices y perspectivas que ahogan la simbología y difuminan el texto.     



Sin embargo, la potencia simbólica se despliega a través de la dirección de Tolentino y el diseño gráfico y escenográfico, a cargo de Oscar Huayamares y Pedro López. Durante toda la representación hay un enorme árbol en escena. Representa el Jardín de colores, donde habitan los sueños y las fantasías de Luciana, pero también su sentimiento de culpa. A través de ese gran árbol se explica su existencia, «es el lugar del dolor, pero a la vez el del deseo y la posible salvación».  El gran pedazo de cartón o, posiblemente, de fibra de vidrio revela que estamos siempre atrapados, en medio de nuestros más profundos temores y caros anhelos, en el jardín de colores conviven ambos, en el jardín de colores habitamos nosotros. Alguna escena donde Luciana y Salvador juegan e inventan la relación que existe entre ellos y otra en la que Luciana realiza un proceso de autodescubrimiento, nos toman por sorpresa debido a su belleza inusitada y enriquecen más la reflexión. En ellas se utilizan el performance, la danza y la música; se convierten en pequeñas piezas musicales en medio del drama.