lunes, 27 de febrero de 2017

RICARDO III, EL PRÍNCIPE CONTRAHECHO

En el marco del II Festival Internacional Temporada Alta, organizado por la Alianza Francesa, se estrenó Ricardo III, el príncipe contrahecho del chileno Juan Radrigán. El monólogo ganador del Premio Nacional de las Artes Escénicas de Chile, y que formó parte del proyecto British Council de reinterpretación de las obras de William Shakespeare por los 400 años de su muerte, explora los límites de la naturaleza humana. El texto se basa en la ficción creada por Shakespeare, pero también evidencia una profusa investigación histórica; a su vez, existe un gran trabajo a nivel retórico y estilístico. Se sigue que la exploración trasciende a Ricardo III, uno de los personajes históricos más famosos, y logra describir el ambiente de guerra, conspiración y podredumbre que existía entre la antigua nobleza inglesa.   


Cuando vemos en escena a Ricardo III, semidesnudo, rengueando como un felino, iluminado escasamente por una luz tenue y atrapado en un pequeño cuadrilátero lleno de arena, suponemos que deambula por el campo de batalla de Bosworth. Sin embargo, pronto nos damos cuenta que aquel enfrentamiento final entre la casa de Lancaster y la de York ha finalizado; el duque de Richmond, Enrique Tudor, ya es rey de Inglaterra; y Ricardo, seguramente rodeado de sangre y cadáveres, yace muerto. Sin embargo, su espíritu sigue vivo, todavía elucubra y maquina, aún se muestra arrogante y desenfadado, sin duda no sabe que está enfrentando su juicio final.

«¿Pueden las maldiciones traspasar las nubes y llegar al cielo?». Al parecer, la ficción de Radrigán así lo contempla, ya que la verdadera condena de Ricardo no es su muerte, sino enfrentarse a su conciencia y a la infinita desolación. Cúmplase, así, la maldición de la reina Margarita: «¡Si el cielo tiene guardada alguna calamidad desdichada que supere a las que pueda yo desear que caigan sobre ti, ah, que la guarde hasta que tus pecados estén maduros, y luego arroje su indignación sobre ti, turbador de la paz del pobre mundo!». Pobre Ricardo, finalmente, nadie comprenderá lo que hiciste por Inglaterra, nadie podrá escuchar tus justificaciones. Es aterrador pensar que más allá de la vida nadie pueda confrontar sus acciones, nadie pueda darle significado a su vida. Será, verdaderamente, que más allá «el camino es desolado y no llega a ninguna parte».


Es muy sugestivo ver a un personaje histórico enfrentarse a un momento tan perturbador como el que plantea Radrigán. ¿Qué le queda a Ricardo III? ¿Qué puede hacer ahora el duque de Gloucester, el gran estratega militar, el temido jabalí, quién diera muerte a Hastings, Grey, Buckingham? «¡Incierta manera de ganar! Pero ya estoy tan metido en sangre, que un pecado saca otro pecado, la compasión lacrimosa no reside en mis ojos…» ¿Seremos tan valientes ante el infecundo y árido final como lo podemos llegar a ser en vida? «¿Por qué la calamidad ha de estar llena de palabras?» No lo sabemos, quizás, la muerte sea un eterno soliloquio.  

Mención aparte merece el público. Resulta muy estimulante que obras de esta calidad puedan llegar a Lima, pero es desalentador que todavía no estemos preparados. Durante toda la función, que se realizó en el teatro de la Alianza Francesa, se escucharon carraspeos, gente tosiendo, zapatillas rasgando el suelo, movimientos bruscos: el público estaba muy inquieto. Sin embargo, al final, para sorpresa nuestra y seguramente también de Radrigán, todos aplaudieron de pie. Esta obra, en una sala más pequeña e íntima, con menos personas, hubiera sido una experiencia deliciosa.   

viernes, 17 de febrero de 2017

EL PAÍS DE LA CANELA

Diego La Hoz se define a sí mismo como «un director que escribe»; y solo los que conocemos el trabajo de Espacio Libre podemos comprender a qué se refiere cuando dice esto. Los textos de los montajes escritos y dirigidos por él obedecen a su particular poética de dirección y nacen en el pequeño y acogedor escenario de la casa-teatro Espacio Libre. Sus montajes son fragmentarios, utilizan un lenguaje poético, buscan la participación del espectador y tratan temas neurálgicos de la realidad –políticos, sociales, económicos, culturales− a través de un collage donde el humor es la herramienta principal para provocar la reflexión crítica del espectador. A todo ello se suma un impecable trabajo estético y una clara consciencia de la importancia de la estructura dramática.


Por todas estas cualidades es muy interesante e importante para el público limeño que Espacio Libre haya salido de casa. El país de la canela es una obra escrita por Alonso La Hoz y dirigida por Diego, en ella actúan tres integrantes de Espacio Libre –Karlos López Rentería, Javier Quiroz y Eliana Fry García-Pacheco− y el gran actor Ramón García. De modo que estamos ante una obra que cuenta con el sello certificado de Espacio Libre; así que están presentes muchas de las características descritas anteriormente, claro que con algunas diferencias y particularidades. El país de la canela es una alegoría, recrea un escenario posbélico y alude a la corrupción y degradación que imperan en un estado caótico. Un capitán –Ramón García − y un alférez –Karlos López− realizan un recorrido, quieren encontrar la memoria del capitán; su búsqueda, luego de encontrarse con distintos personajes, los conduce hasta el líder rebelde.

Dadas las condiciones del espacio escénico y con la finalidad de crear la necesaria intimidad que necesitan los montajes de Espacio Libre, dos personajes interactúan con el público incluso antes de entrar a la sala. Podemos identificarlos rápidamente como los villanos por su vestimenta, su maquillaje y sus acciones. Esto nos obliga a pensar que el capitán y el alférez son los héroes; lógicamente, durante la obra, esta línea divisoria se tornará difusa. Atendiendo a esta división, existe una diferencia en la performance de los distintos actores. Mientras que el registro de Ramón García y Karlos López es realista; los que identificamos como villanos, Javier Quiroz y Eliana Fry, utilizan un registro farsesco y su actuación es más afectada. Puede ser que esto se deba a que los “villanos” y los distintos personajes que encarnan Javier y Eliana actúan como una especie de coro griego; sostienen y dan sentido a las distintas acciones de los protagonistas; construyen el mundo caótico donde transcurren las acciones. Sin embargo, de todas maneras, esta diferencia desluce la percepción final del montaje; seguramente se hallará un equilibrio durante las siguientes funciones.   

Como en todos los montajes de Diego, no existe una secuencialidad lógica entre los distintos hechos y motivos de la historia. Esto obliga a que la estructura sea trabajada con sumo cuidado, pues evidentemente debe existir cohesión y unidad. En este caso, parece que se busca crear una estructura circular. La primera escena, que en realidad es un prólogo, pues da cuenta de hechos muy anteriores, acaecidos durante la guerra de la canela, se vincula visualmente con una de las escenas finales, cuando el alférez lograr liberar al capitán de las manos del líder rebelde y su lugartenienta. Esta solución, aunque no es muy convincente, logra subsanar, en cierta medida, las fallas en la estructura del texto. En casa Espacio Libre, las composiciones de Diego La Hoz crean conexiones estructurales muy efectivas y sorprendentes, para lograr esto se apoyan en la intertextualidad y cuestiones de índole semántica, además son creadas en y desde el escenario.   

De todas maneras el texto de Alonso La Hoz cuenta con muchos aciertos y se emparenta con la poética de Espacio Libre. Ya que, a través de un lenguaje aforístico: «Sonreír es un fin en sí mismo», «ser alguien es algo tan sencillo como levantarse de la cama», «el perdón es la forma más elegante de venganza», se logra conectar conceptos abstractos (sueños, corrupción, guerras, utopía, muerte…) con la esperanza y el desencanto que transmiten, respectivamente, el alférez y el capitán. De esta manera el público logra percibir y disfrutar conceptos que en la vida real son problemáticos y difusos.  

miércoles, 8 de febrero de 2017

ALMACENADOS

Almacenados es una obra extraña; es expresionista y simbólica, pero también busca ser realista y es una comedia. Los protagonistas de esta historia son el señor Lino y Nin. El primero es un veterano encargado de un almacén de astas de velero; y el segundo, un joven que lo reemplazará en pocos días. El señor Lino debe enseñar a Nin su rutinario quehacer. Durante los cinco días de instrucción nada ocurre en el almacén: ninguna llamada, ninguna entrega de astas. Ambos personajes esperan, pero solo pasa el tiempo; entonces, nos damos cuenta de la verdad del señor Lino y de que, por alguna razón, el almacén ya no cumple ninguna función, solo es una fachada. El tema central de esta obra, escrita por David Desola, es la enajenación capitalista. El trabajo deshumaniza; estamos obligados a realizar tareas ociosas por dinero, en vez desarrollar todo nuestro potencial humano.

Pero “vamos a lo que vamos”, como dice el señor Lino. Esta composición de Desola es muy famosa; ha recorrido toda España y muchas partes de Latinoamérica. El tema que aborda –la enajenación laboral− y la manera en cómo se presenta −una mirada crítica de la sociedad actual− cautivan al público. Antes de ver la obra, al imaginarme a dos personajes encerrados en un almacén, pensé que estos discutirían cuestiones existenciales ligadas a la actual condición humana, no imaginé una reflexión tan concreta acerca de un tema tan manido. La reflexión que propone la obra es anacrónica y ociosa. La condición laboral de la sociedad capitalista en la que vivimos actualmente ha dejado atrás, largamente, la idea del sempiterno obrero mecanizado.


Algún obrero de saco y corbata que fue a ver la obra habrá pensado: «Uf, que alivio, yo no vivo así de engañado y enajenado». Lo que no sabe es que ahora el capital te seduce de otra manera para utilizarte a su antojo: A través del consumo, manejando tus sueños y deseos, controlando tus aspiraciones. El objetivo es que cada uno de nosotros se convierta en su propia marca registrada. Cada uno tiene que ser un trending topic; y si no lo es, tiene que imaginar que lo es; y si no, tiene que ser parte de alguno, trabajando para alguna empresa o consumiendo determinado producto.  

Por otra parte, en su afán de ser expresionista, la obra roza lo absurdo y por eso resulta muy inverosímil. Algunos elementos de la escenografía dan cuenta de que la historia está ambientada a mediados del siglo XX. Sin embargo, a pesar de esto, el señor Lino (Alberto Ísola) parece sacado de una oficina y puesto en un almacén. La obra es realista, pero no existe ninguna información previa de los personajes, no sabemos por qué son como son, no tienen ningún sustrato social. Además, el desarrollo de la obra depende de dos engaños telefónicos de Nin (Óscar Meza) que resultan absurdos: primero se hace pasar por un psiquiatra y luego por un funcionario norteamericano. Se supone que estas tretas están en consonancia con la comicidad de la obra.



Pese a todo esto, el público disfruto mucho la función. Quizás las actuaciones supieron aprovechar la comicidad de cada personaje y los momentos cómicos del texto. Como dijimos, la obra se encuentra a medio camino entre un expresionismo simbólico y un realismo crítico. Por eso, quizás, debió ser lo absurdo de la situación −un empleado enajenado que se miente a sí mismo y recibe un salario por 29 años sin hacer nada− lo que debió decir y expresar en el montaje. No obstante, el director Marco Mühletaler prefirió que el protagonismo recayera sobre la pericia actoral de Ísola, este creó un personaje agradable y gracioso; esto fue lo único que llamó la atención del montaje.