miércoles, 26 de octubre de 2016

CREOENUNSOLODIOS

No me llames infiel, ¡oh, alma mía!
si te digo que tú misma eres Él
Rumi (poeta místico musulmán)

Los versos de este epígrafe podrían ser atribuidos también a un poeta cristiano. Sin embargo, la diferencia es que el cristianismo occidental piensa desde la dualidad: mente-alma; en cambio, un musulmán piensa desde la unidad del ser, que vive en consonancia indesligable con Alá. En occidente los pensamientos psíquicos y los sentimientos están disociados de la parte espiritual, somos, antes que nada, exclusivamente lo que pensamos. Los musulmanes creen en la unidad del ser, la primera cualidad de su existencia psíquica y sensorial es la Nada, el goce de la Nada y el reconocimiento de la unicidad de su ser con Alá. Esa concepción es diametralmente opuesta al pienso luego existo occidental. De esta diferencia se deriva la separación entre el Estado y la Iglesia en el mundo occidental y, por el contrario, la fusión de los mismos en el mundo musulmán. No obstante, también existen muchas similitudes entre el cristianismo y el islam. Ambas tradiciones –el islam antes que el cristianismo– son herederas de las filosofías helénica y griega, y ambas son orgullosas y triunfalistas, ya que creen poseer la verdad revelada y ser responsables de esparcirla por el mundo.  


Para intentar comprender qué pasa por la mente de una persona que busca aniquilar a todo aquel que no profese sus creencias, es necesario tener en cuenta los aspectos ontológicos descritos. Creoenunsolodios, escrita por el italiano Stefano Massini, está muy lejos de lograr esto. Esta obra nos relata la historia de tres mujeres que tienen un destino compartido en el contexto de la guerra palestino-israelí. Shirin (Jely Reátigui), una joven palestina que se inscribirá en un grupo político islamista; Edén (Urpi Gibbons), una profesora israelí que sufre un atentado; y Mina (Karen Spano), una soldado estadunidense. El texto de Massini, y esto se puede apreciar desde el título de la obra, plantea un juego simbólico superficial: «En esta parte de la tierra los dioses en persona hacen sonar las sirenas». Además, plantea una somera discusión histórica que pone en evidencia las consabidas inconsistencias del discurso de Occidente, representado por E.E.U.U. Pero, salvo el momento de la iniciación de Shirin: «Es tu alma la que debe comprobarnos que eres fuerte», jamás podemos percibir que el autor tenga siquiera la intención de reflexionar acerca de temas ontológicos relevantes. Se concluye que Creoenunsolodios no ayuda a desmitificar la idea que tenemos de los musulmanes, ni comprender las razones por las cuales una parte del mundo musulmán considera que los occidentales encarnan el mal en sí mismo.   

Una manera simple de calificar la obra Creoenunsolodios es decir que es políticamente correcta. Desde mi perspectiva de análisis, ser políticamente correcto es negativo, ya que, en ese caso, cuestiones estratégicas de cualquier índole son más importantes que un análisis certero. Por mucho tiempo ser certero en vez de políticamente correcto ha sido un axioma dentro del mundo académico; sin embargo, ahora, en estos tiempos de acendrada subjetividad especulativa, parece que ya no es así. Algunos compañeros críticos de teatro consideran que no estoy suficientemente involucrado en el circuito teatral limeño. Creoenunsolodios recibió muchas opiniones favorables durante su temporada; por esa razón, al parecer, cualquier comentario desfavorable debiera ser morigerado para entrar en el diálogo correspondiente.     

¿Alguien podría pensar que cuando se dice: “esa obra de teatro es muy buena”, se ha realizado un análisis riguroso de cada uno de sus elementos para determinar si dicha obra cumplió con ciertos estándares requeridos? Si alguien dice que una obra es buena es porque le ha gustado; y el gusto no se apoya en algo cartesiano, no se apoya en elementos contingentes, sino que viene de más atrás, como de una certidumbre intuitiva que poco tiene que ver con lo racional. Si renunciamos por completo a las categorías metafóricas “bueno” y “malo” quedaríamos atrapados por conceptos objetivos totalmente ajenos a la profunda sensibilidad estética del ser mismo. Se sigue que el gusto se define a partir de un entramado de elementos racionales y no racionales, dentro de los cuales se incluyen aspectos éticos. Si una obra de teatro no nos hace comulgar con ella, lo más probable es que fracase estéticamente. Es evidente que el arte no transforma a las personas, pero también es evidente que los aspectos éticos están directamente vinculados con la apreciación estética de una obra de arte.


Por lo expuesto, Creoenunsolodios, a grandes rasgos y debido casi exclusivamente al texto, es una obra de teatro mala. A pesar de esto, tiene aciertos importantes, vinculados con la dirección, a cargo de Nishme Súmar. Uno de ellos es el manejo de la estructura narrativa, la cual mantiene atrapado al espectador y realza ciertos aspectos del texto. Por otra parte, proponen seducirnos con imágenes sugestivas, a través de los recursos audiovisuales y escenográficos del teatro de la Universidad del Pacífico. Sin embargo, por la envergadura del tema, esto no resulta relevante. Siglos de investigación teatral han demostrado que no es conveniente que el teatro vuelva pasivos a los espectadores o, en otras palabras, que trate de seducirlos. Un montaje teatral, en especial cuando se tratan temas tan elevados, no debe decirte “yo se esto que tu ignoras”, debe decirte “tú y yo vamos a explorar esto que ambos ignoramos”.   


jueves, 6 de octubre de 2016

PARÉNTESIS

«El hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está
condenado a cada instante a inventar al hombre».
Jean Paul Sartre

Más que una crítica estas líneas serán un tributo a mi amistad con Espacio Libre. Así que hoy, en mi calidad de ser humano, o de tiempo, que es lo mismo, haré uso de mis alas para dar cuenta de un afecto entrañable.

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Resulta evidente que el arte ha perdido casi todo su poder contestatario. Vivimos en un oscuro preludio; nuestra vida cultural, aunque parezca dinámica, yace bajo una sombra agónica. Somos obligados a pensar que «toda actitud crítica resulta redundante y anecdótica frente a su referente social». Se imprimen miles de volúmenes pedagógicos sobre el cuidado del medio ambiente, que incentivan a niños y niñas a ser guardianes de la naturaleza; pero, al mismo tiempo, el gobierno permite la minería ilegal y el tráfico de menores. Vemos fotos de niños sirios sufriendo, agonizando, pero solo son postales, como imágenes del Che-Guevara impresas en tazas, polos… porque sabemos que a quienes controlan el mundo no les importa la humanidad, sino solamente sus intereses estratégicos.

Este es nuestro mundo. Por eso, muchos vivimos desesperanzados o quizás en un limbo agridulce; porfiados, unos, y cínicos, otros. Algo parecido a la resignación es más poderoso que nunca. Sin embargo, todavía existen quienes somos contestatarios, quienes creemos en el poder de una ideología, quienes queremos un mundo libre. Y todavía existen grupos como Espacio Libre, referente de un tipo de teatro eminentemente político y revolucionario. Su casa, mi casa, es una trinchera para los que no renunciamos a la ideología. Y lo cierto es que un teatro sin ideología no es teatro. Todos los demás géneros literarios pueden prescindir de un sistema de ideas y convertirse en cualquier otra cosa; pero para el teatro esto es imposible. Encima de un escenario es donde mejor se pueden vivir y sentir los ideales. Creo en el teatro que hace Espacio Libre; pues creo, como fiel penitente, en la ideología, en que el poder de un sistema de ideas e ideales puede cambiar el mundo.

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Paréntesis, monólogo escrito por Diego La Hoz y en el que actúa Karlos López Rentería, narra la historia de un hombre que, como todos en algún momento, tiene que repensar su vida para tomar una decisión. Pensar su vida es pensar su pasado, su tiempo, y los límites de su existencia…«el mundo me es insuficiente, es demasiado grande y no puedo desmenuzarlo». Como todos los montajes de Espacio Libre, Paréntesis cuestiona conceptos claves de la modernidad; pero aquí, en especial, se problematiza la noción de sujeto moderno. El protagonista juega a ser el tiempo, intenta detenerlo para definirse e intenta definirse para comprenderlo. Espacio Libre siempre ha buscado construir un teatro de la alteridad. Paréntesis es la mejor apuesta para alcanzar ese objetivo, ya que el público cumple un rol fundamental en esta propuesta que pretende una deconstrucción del sujeto moderno.

En un monólogo, a falta de otro personaje en escena, el público debe convertirse en un interlocutor, si queremos que participe activamente en la experiencia dramática. En la mayoría de las obras, cuando el público deja de tener una función pasiva, se convierte en un cómplice. Sin embargo, en la intimidad de un diálogo de dos, es difícil que el espectador exprese solidaridad, camaradería o aquiescencia frente a lo que observa. En este caso deja de ser un cómplice, su función ya no puede ser cooperar o completar sentidos. El proceso intelectual en el que nos involucra este monólogo de estilo brechtiano amerita que repensemos la caracterización del espectador. ¿Hasta qué punto es posible convertirlo en un personaje?  

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Por otra parte, probablemente la mejor manera de intentar pensar el tiempo sea a través del teatro. Porque el teatro es eterno presente, desgaste de energía, relación cinegética entre dos opuestos complementarios; pero todo ello dentro de un periodo establecido que permite conmensurar un flujo determinado. Según Stephen Hawking lo que nos permite percibir el tiempo es la entropía inherente al sistema físico; es decir, el desgaste que se genera cuando transcurre eso que llamamos tiempo. Así estemos quietos, sin hacer nada, nuestro cuerpo físico y quizás también nuestro cuerpo espiritual están en entropía, perdiendo energía. Ante esta inevitable perdición–pérdida de energía− el ser humano no tiene escapatoria. Paréntesis intenta expresar ese aspecto de la condición humana, la paradoja de estar siempre en perpetuo reinicio.