«El
hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está
condenado
a cada instante a inventar al hombre».
Jean
Paul Sartre
Más
que una crítica estas líneas serán un tributo a mi amistad con Espacio Libre.
Así que hoy, en mi calidad de ser humano, o de tiempo, que es lo mismo, haré
uso de mis alas para dar cuenta de un afecto entrañable.
Resulta
evidente que el arte ha perdido casi todo su poder contestatario. Vivimos en un
oscuro preludio; nuestra vida cultural, aunque parezca dinámica, yace bajo una
sombra agónica. Somos obligados a pensar que «toda actitud crítica resulta
redundante y anecdótica frente a su referente social». Se imprimen miles de
volúmenes pedagógicos sobre el cuidado del medio ambiente, que incentivan a niños
y niñas a ser guardianes de la naturaleza; pero, al mismo tiempo, el gobierno
permite la minería ilegal y el tráfico de menores. Vemos fotos de niños sirios sufriendo,
agonizando, pero solo son postales, como imágenes del Che-Guevara impresas en
tazas, polos… porque sabemos que a quienes controlan el mundo no les importa la
humanidad, sino solamente sus intereses estratégicos.
Este
es nuestro mundo. Por eso, muchos vivimos desesperanzados o quizás en un limbo
agridulce; porfiados, unos, y cínicos, otros. Algo parecido a la resignación es
más poderoso que nunca. Sin embargo, todavía existen quienes somos
contestatarios, quienes creemos en el poder de una ideología, quienes queremos
un mundo libre. Y todavía existen grupos como Espacio Libre, referente de un
tipo de teatro eminentemente político y revolucionario. Su casa, mi casa, es
una trinchera para los que no renunciamos a la ideología. Y lo cierto es que un
teatro sin ideología no es teatro. Todos los demás géneros literarios pueden
prescindir de un sistema de ideas y convertirse en cualquier otra cosa; pero
para el teatro esto es imposible. Encima de un escenario es donde mejor se
pueden vivir y sentir los ideales. Creo en el teatro que hace Espacio Libre; pues
creo, como fiel penitente, en la ideología, en que el poder de un sistema de
ideas e ideales puede cambiar el mundo.
Paréntesis, monólogo escrito por Diego La Hoz y en el
que actúa Karlos López Rentería, narra la historia de un hombre que, como todos
en algún momento, tiene que repensar su vida para tomar una decisión. Pensar su
vida es pensar su pasado, su tiempo, y los límites de su existencia…«el mundo
me es insuficiente, es demasiado grande y no puedo desmenuzarlo». Como todos
los montajes de Espacio Libre, Paréntesis
cuestiona conceptos claves de la modernidad; pero aquí, en especial, se
problematiza la noción de sujeto moderno. El protagonista juega a ser el
tiempo, intenta detenerlo para definirse e intenta definirse para comprenderlo.
Espacio Libre siempre ha buscado construir un teatro de la alteridad. Paréntesis es la mejor apuesta para
alcanzar ese objetivo, ya que el público cumple un rol fundamental en esta
propuesta que pretende una deconstrucción del sujeto moderno.
En
un monólogo, a falta de otro personaje en escena, el público debe convertirse
en un interlocutor, si queremos que participe activamente en la experiencia
dramática. En la mayoría de las obras, cuando el público deja de tener una
función pasiva, se convierte en un cómplice. Sin embargo, en la intimidad de un diálogo de
dos, es difícil que el espectador exprese solidaridad, camaradería o
aquiescencia frente a lo que observa. En este caso deja de ser un cómplice, su
función ya no puede ser cooperar o completar sentidos. El proceso intelectual en
el que nos involucra este monólogo de estilo brechtiano amerita que repensemos
la caracterización del espectador. ¿Hasta qué punto es posible convertirlo en un personaje?
Por otra parte, probablemente la mejor manera de intentar
pensar el tiempo sea a través del teatro. Porque el teatro es eterno presente,
desgaste de energía, relación cinegética entre dos opuestos complementarios;
pero todo ello dentro de un periodo establecido que permite conmensurar un
flujo determinado. Según Stephen Hawking lo que nos permite percibir el tiempo
es la entropía inherente al sistema físico; es decir, el desgaste que se genera
cuando transcurre eso que llamamos tiempo. Así estemos quietos, sin hacer nada,
nuestro cuerpo físico y quizás también nuestro cuerpo espiritual están en
entropía, perdiendo energía. Ante esta inevitable perdición–pérdida de energía− el ser humano no tiene
escapatoria. Paréntesis intenta
expresar ese aspecto de la condición humana, la paradoja de estar siempre en
perpetuo reinicio.
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