lunes, 30 de noviembre de 2015

EDIPO REY


«Tu mente te golpea igual que tu destino»
Sófocles

El Edipo Rey de Jorge Castro y del Teatro La Plaza ha sacrificado toda la coreografía y la atmósfera de una puesta trágica tradicional, para poner en escena a un Edipo cercano al público. Como sabemos, en la tragedia tradicional toda la acción ocurre en el frontis del palacio, aquí accedemos a la intimidad del gobernante, a su casa; a la vez que, a través de pequeños cambios sustanciales, se busca inscribir la tragedia en un espacio contemporáneo –Edipo emite un discurso, a través de la televisión, y ofrece una recompensa para buscar al asesino de Layo; juega con una pelota de tenis mientras soporta sus tribulaciones; e incluso, durante un momento, juega Pacman en su cuarto−.


El resultado. Solo hemos podido vislumbrar, a lo lejos, la fatídica búsqueda de la verdad que realiza Edipo. Y si bien, esta es la anécdota de la mayor tragedia clásica griega: el rey de Tebas debe buscar al asesino de Layo para liberar a su pueblo de la peste. Obviamente, existe un océano de sentidos en el que debemos sumergirnos para comprender esta búsqueda. Ya que, siglos de reflexión y análisis han revelado que la tragedia de Edipo encarna la tragedia de la condición humana. Edipo busca la Verdad del hecho de Ser Humano. En la versión de La Plaza solo podemos percibir la búsqueda del asesino de Layo. Estamos lejos de intuir que toda verdad se reduce a nuestra Verdad, lejos de comprender el dolor que siente Edipo ante la imposibilidad del Destino, lejos de sospechar que la libertad que creemos tener todos los seres humanos es insustancial.

¿Cuál es el problema? Existen errores que deforman características necesarias del género. En una tragedia existe una necesidad de verosimilitud. Para que se produzca la catarsis –purificación de las emociones mediante la identificación con el sufrimiento del héroe−; las acciones de la tragedia deben estar perfectamente encadenadas, de manera que una sea la disparadora de la siguiente. Se quiere acceder a la intimidad de Edipo, pero las decisiones que se toman para lograr este propósito no son las adecuadas. En el escenario vemos el corte transversal de una casa moderna de dos pisos, conectados por una escalera en un extremo del escenario. De modo que, el escenario se expande horizontalmente, y las acciones pierden profundidad por completo. En el segundo piso hay una cama, y en algunos de los momentos más intensos de la tragedia solo vemos el torso de Edipo. El primer piso es una especie de sala-comedor-oficina, y, al fondo, varias columnas de metal y una pequeña puerta oscura funcionan como el lugar donde Edipo ha de buscar a Tiresias, el adivino. Hay una mesa llena de carritos, juguetes, sogas. No se tiene claro por donde salen y entran los personajes de la “casa-palacio”...


Otros errores. Pueda ser que muchos piensen que para ser director lo primordial es que se te ocurran buenas ideas. Pero, la verdad, eso no es suficiente; y, muchas veces, por seguir una idea, deformamos el desarrollo dramático elemental de una obra. El coro griego no solo es el puente entre el público y la historia o los aspectos insondables del protagonista; también interroga al protagonista y a la propia historia y debe crear un clima de angustia que afecte directamente al público. Así que, no es suficiente que se nos ocurra que sean niños, porque sí. Por momentos −más de los que deseáramos− las acciones transcurren en penumbras, y los personajes se alumbran con linternas. Evidentemente, estamos ante alusiones metafóricas a la búsqueda de la luz cegadora que realiza Edipo; ante preámbulos de su trágico final. Sin embargo, insistimos, las buenas ideas no son las responsables de un montaje eficiente. Y existe una responsabilidad cuando se decide llevar a escena un clásico.