miércoles, 19 de agosto de 2015

LOS PERROS


El último montaje de la ENSAD: Los perros (1958), dirigida por Jorge Sarmiento Llamosas, demuestra el nivel que puede alcanzar el teatro nacional, cuando cuenta con el apoyo del Estado. Estamos ante una obra de primer nivel. La dirección artística, la escenografía, la fotografía, los efectos, el manejo de luces son completamente profesionales. Se utiliza danza, canto y performance; y se combinan elementos sagrados y profanos en distintos niveles de significación.

Para acercarnos a la obra, primero debemos conocer a su autora: Elena Garro (1920-1988). Escritora mexicana inscrita plenamente en el siglo XX. Dueña de una prosa poética que busca expresar la cosmovisión y el imaginario de las culturas prehispánicas mexicanas. Su obra está emparentada con la de escritores como Juan Rulfo; y algunos, incluso, la consideran precursora del realismo mágico. Juan Rulfo es para México, lo que para el Perú es José María Arguedas. Así, en Los perros, Elena, mezcla español y náhuatl, y crea un entramado simbólico ligado al mito, que nos permite sentir de manera inédita la violencia que padece la mujer indígena.


Estamos muy lejos de vencer al sistema patriarcal, que permite y legitima el abuso en contra de la mujer; y nuestro país es un claro ejemplo de ello.  Aquí, la mujer no puede decidir sobre su cuerpo, es agredida física y psicológicamente, y no cuenta con los mecanismos para defenderse. Lo mismo sucede en el pueblo de Úrsula; su destino esta trágicamente escrito. A ella le ocurrirá lo mismo que a su madre: será raptada y violada; y no podrá decidir jamás sobre su cuerpo, al igual que muchas mujeres peruanas.

Pero Elena Garro y la dirección de Sarmiento Llamosas representan el trágico destino de Úrsula desde una óptica insólita. En palabras de Sarmiento: « […] una circunstancia muy real y frecuente (rapto y violación de una menor), se muestra sin anteojeras pseudopiadosas y sin la banalidad sentimental en que pudiera haber derivado su anécdota». De esta manera, el padecimiento de la pequeña Úrsula nos permite explorar los estratos más oscuros del ser humano. Vislumbramos la macabra maldad del hombre en el terror de Úrsula (Marcia Romero), en la desesperación de Javier (Eric Otero), en la soterrada resignación de Manuela (Rocío Ántero-Cabrera). Nos despojamos de las “anteojeras” morales y éticas, y accedemos a las tinieblas a través del mito –disfraces, canto, música y danza−.


Dos aspectos merecen menciones puntuales. Primero, la excelente interpretación de Marcia Romero que, conservando una sabrosa inocencia, logra ser exuberante y sensual. Y como si esto no fuera poco, el manejo natural del náhuatl, el tono melodioso de su voz y las inflexiones propias del habla indígena no se diluyen cuando expresa el miedo que la agobia. Segundo, el director opta por un desenlace sutil y alegórico. En el cual, la oscura violencia de la primera parte −intensidad dramática, música, performance y mortuorios disfraces− queda relegada. El destino inevitable de Úrsula es, finalmente, dibujado con un fino pincel cuando todo su padecimiento fue retratado con profusa pasión. Lógicamente, quedamos desconcertados, es cierto, vemos el sufrimiento de su madre, Manuela, pero aunque las vidas de ambas están ligadas indefectiblemente, la protagonista es Úrsula. De modo que, es como si la inmersión completa en la profunda oscuridad del ser humano nos hubiera sido negada.