martes, 22 de abril de 2014

TUS AMIGOS NUNCA TE HARÍAN DAÑO



«Tus amigos nunca te harían daño» de Santiago Roncagliolo se ha convertido en un clásico del teatro nacional. Esto plantea preguntas ineludibles: ¿Por qué esta obra es uno de los pocos textos nacionales constantemente puestos en escena? ¿Qué características le han permitido convertirse en una obra preferida y apreciada? Roncagliolo es parte del canon mediático nacional. Esto quiere decir que sus obras literarias son ampliamente difundidas pues cumplen requerimientos comerciales; pero, sin embargo, para la crítica especializa, no poseen suficientes méritos estéticos, técnicos o cognoscitivo-culturales. Entonces, no es una sorpresa que «Tus amigos nunca te harían daño» sea una comedia de enredos que cumpla cabalmente con todas las pautas del género: el uso acertado y coherente de la comedia, la paulatina revelación de la verdadera naturaleza de los personajes, y el uso de un registro cotidiano y asequible que trate temas cercanos como el amor, la amistad, el sexo. 



Hasta aquí, estamos a nivel del texto. Pero como una obra dramática no ha sido escrita solo para ser leída, sino también para ser interpretada; es la puesta en escena la que nos revelará la verdadera magnitud de esta obra. Entonces, ahora sí, con sopresa, colegimos que el teatro trasciende los estereotipos, y que tanto una obra de vanguardia como una obra dramática tradicional y comercial pueden acercarnos al goce estético inefable, siempre y cuando sean interpretadas adecuadamente. Toda obra dramática pensada desde la literatura tiene dos horizontes de significado: el texto y la puesta en escena. Así, el montaje y la poiesis actoral confieren cualidades únicas e irremplazables a la obra. Es decir, el texto puede sugerir mucho pero solo la dirección y la interpretación actoral podrán develar el camino correcto. En ese sentido, consideramos que el director Carlos Acosta A. y los jóvenes actores: Cristian Lévano, Luccia Méndez, Herberth Hurtado, Yazmín Londoño, Beto Miranda y Melissa Gutiérrez han logrado plasmar en escena toda la potente ambigüedad de las tribulaciones humanas cuando buscan lo que llamamos “felicidad”.

  

Se ha organizado una despedida para Mario quien ha decidido dedicar su vida al sacerdocio. Es la última noche con sus amigos pues mañana partirá al seminario. Será una encuentro memorable para todos: se revelará una turbulenta verdad. Así, descubrimos que la dulce Mariana es a fin de cuentas calculadora, mentirosa y un poco lujuriosa; y que el desbocado Toto resulta ser el más consecuente y honorable, un verdadero amigo. Estamos ante una ficción que depende de contradicciones muy vanas; por eso es sorprendente que cobre vida total ante nuestros ojos. Esto evidencia la profunda sensibilidad de los actores y la correctísima dirección. Nada ha sido dejado al azar y esto ha dado como resultado una obra redonda. Cuando ingresamos a la sala los actores están en escena, bailando rock noventero, esto te introduce en la obra pero también te prepara, pues hace aflorar tus recuerdos y te vuelve más vulnerable. En cuento a las actuaciones solo queda festejar la calidad de la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático pues consideramos que la obra es fenomenal debido, principalmente, a las soberbias actuaciones que manejan excepcionalmente la intensidad y combinan lo dramático y lo cómico a su antojo. Así, pese a que estamos en una comedia de enredos donde todo se desarrolla en función a simples opuestos estos pasan desapercibidos y solo vemos lo humano y lo maravilloso, de una amistad, de un momento, de una emoción, de un recuerdo.       

miércoles, 9 de abril de 2014

ECLIPSE TOTAL



A fines del siglo XIX Francia vivía un periodo de agitación social y cultural. El romanticismo la primera escuela artística moderna rompió con los parámetros ortodoxos del clasicismo; y desencadenó una secuencia de transformaciones culturales y artísticas que culminaría con las vanguardias. Si los románticos se opusieron tajantemente a sus antecesores y buscaron nuevas formas de expresión que rompieran con todos los moldes establecidos; los artistas posteriores al romanticismo llevaron esta búsqueda a abismos insondables. En este periodo nace la sensibilidad artística moderna que, de alguna manera, podemos percibir aún en la actualidad; pues todo el arte moderno es, preferentemente, iconoclasta y ataca al sistema establecido. Así, si bien la idea del joven artista como transgresor de las normas sociales de su tiempo, y espíritu libre en búsqueda de nuevas experiencias y formas de expresión nace con los románticos, solo queda inmortalizada para la historia través de la figura de los poetas malditos: Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé.
 



Atendiendo a lo anterior, consideramos que la importancia de la puesta en escena de Eclipse Total, escrita por Christopher Hampton y dirigida por Roberto Ángeles, reside en conseguir que los espectadores vivan –a través de la pasión descarnada de Verlaine y Rimbaud– ese momento histórico, crucial para el arte moderno. Si este no fuera uno de los principales objetivos de la obra, esta se convertiría en un simple drama de época, totalmente superficial. Nuestras expectativas para con la obra crecen mucho más si el Centro Cultural de la PUCP la presenta como un homenaje a la poesía; pues colegimos que la obra estará íntimamente ligada a la poesía a través de aspectos que trasciendan lo biográfico y lo anecdótico.





Con tantas expectativas era muy probable que quedáramos insatisfechos. Pero la obra tiene un salvavidas: los parlamentos y la actuación de Francisco Luque (Arthur Rimbaud). Luque logra configurar acertadamente el espíritu confuso, abigarrado y misterioso del joven poeta: el espíritu de un niño caprichoso que anhela convertirse en un poeta maldito. Así, lo verdaderamente poético y atractivo de la obra es encarnado por Rimbaud. A través de él podemos acercarnos al ambiente estético del Paris finisecular. El joven Arthur busca experiencias que den textura a su imaginación; tiene una actitud escéptica ante la vida («lo único insoportable es que no hay nada insoportable»); y se solaza en la soledad irreversible del hombre moderno («debo convertirme en la piedra filosofal», «yo debería tener un concierto de infiernos»). Por lo demás, la impostación de la voz se está convirtiendo en un recurso peligroso; un facilismo de actores reconocidos que amenaza con extenderse a los noveles actores; y, si se usa, es porque algunos directores lo admiten o lo prefieren. Cuando un actor entona como otro prácticamente convierte a su personaje en un tipo, y la obra pierde verosimilitud y calidad estética. Así, la intensidad, la tensión y el drama desaparecen y solo quedan los gritos y las voces agónicas. En suma, muchos gritos y melodrama y pocos momentos desgarradores, inefables, verdaderamente poéticos.