«Tus amigos nunca te harían
daño»
de Santiago Roncagliolo se ha convertido en un clásico del teatro nacional. Esto plantea preguntas ineludibles: ¿Por qué esta
obra es uno de los pocos textos nacionales constantemente puestos en escena?
¿Qué características le han permitido convertirse en una obra preferida y
apreciada? Roncagliolo es parte del canon mediático nacional. Esto quiere decir
que sus obras literarias son ampliamente difundidas pues cumplen requerimientos
comerciales; pero, sin embargo, para la crítica especializa, no poseen
suficientes méritos estéticos, técnicos o cognoscitivo-culturales. Entonces, no
es una sorpresa que «Tus amigos nunca te harían daño» sea una comedia de enredos
que cumpla cabalmente con todas las pautas del género: el uso acertado y
coherente de la comedia, la paulatina revelación de la verdadera naturaleza de
los personajes, y el uso de un registro cotidiano y asequible que trate temas
cercanos como el amor, la amistad, el sexo.
Hasta aquí, estamos a nivel del
texto. Pero como una obra dramática no ha sido escrita solo para ser leída,
sino también para ser interpretada; es la puesta en escena la que nos revelará la
verdadera magnitud de esta obra. Entonces, ahora sí, con sopresa, colegimos que
el teatro trasciende los estereotipos, y que tanto una obra de vanguardia como
una obra dramática tradicional y comercial pueden acercarnos al goce estético –inefable–,
siempre y cuando sean interpretadas adecuadamente. Toda obra dramática pensada
desde la literatura tiene dos horizontes de significado: el texto y la puesta
en escena. Así, el montaje y la poiesis
actoral confieren cualidades únicas e irremplazables a la obra. Es decir, el texto
puede sugerir mucho pero solo la dirección y la interpretación actoral podrán
develar el camino correcto. En ese sentido, consideramos que el director Carlos
Acosta A. y los jóvenes actores: Cristian Lévano, Luccia Méndez, Herberth
Hurtado, Yazmín Londoño, Beto Miranda y Melissa Gutiérrez han logrado plasmar
en escena toda la potente ambigüedad de las tribulaciones humanas cuando buscan lo que llamamos “felicidad”.
Se ha organizado una despedida
para Mario quien ha decidido dedicar su vida al sacerdocio. Es la última noche
con sus amigos pues mañana partirá al seminario. Será una encuentro memorable para todos: se revelará una turbulenta verdad. Así,
descubrimos que la dulce Mariana es a fin de cuentas calculadora, mentirosa y
un poco lujuriosa; y que el desbocado Toto resulta ser el más consecuente y
honorable, un verdadero amigo. Estamos ante una ficción que depende de
contradicciones muy vanas; por eso es sorprendente que cobre vida
total ante nuestros ojos. Esto evidencia la profunda sensibilidad de los actores y la
correctísima dirección. Nada ha sido dejado al azar y esto ha dado como
resultado una obra redonda. Cuando ingresamos a la sala los actores están en
escena, bailando rock noventero, esto te introduce en la obra pero también te
prepara, pues hace aflorar tus recuerdos y te vuelve más vulnerable. En cuento
a las actuaciones solo queda festejar la calidad de la Escuela Nacional Superior de
Arte Dramático pues consideramos que la obra es fenomenal debido, principalmente, a las soberbias actuaciones que manejan excepcionalmente la intensidad y
combinan lo dramático y lo cómico a su antojo. Así, pese a que estamos en una comedia de
enredos donde todo se desarrolla en función a simples opuestos estos
pasan desapercibidos y solo vemos lo humano y lo maravilloso, de una
amistad, de un momento, de una emoción, de un recuerdo.
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