martes, 20 de mayo de 2014

LA CONTROVERSIA DE VALLADOLID


Alguna vez, un profesor de San Marcos nos dijo: « ¡Imagínense si Las Casas no hubiera podido demostrar que los indios tenían alma; no quedaría vestigio alguno de las civilizaciones precolombinas!». Palabras aterradoras sin duda, igual o más a aterradoras que estas: «Los españoles vinieron a enseñarnos, si los indios no sabían nada…»; o estás, que dicen lo mismo, aunque de manera un poco más académica: «No entiendo cómo hay gente que sigue viendo una oposición entre lo español y lo andino, si gracias a los españoles hemos podido conservar los unicos vestigios que poseemos de las culturas amerindias». Los españoles no solo cometieron todos los abusos posibles; sino que, acordaron, bajo decreto real, eliminar todo rastro cultural precolombino. Esta es una verdad académica, aún hoy, desconocida y constantemente puesta en debate. Otra tesis medular y poco difundida es la importancia capital que tuvieron las alianzas en la conquista del Perú: no fueron los españoles los que derrocaron al imperio incaico, sino las alianzas, entre españoles y cañaris; primero, y entre españoles y chancas; después. 


Mientras el Perú no conozca realmente su historia y sus errores y fracasos; no vamos a poder construir la sociedad justa y solidaria que todos anhelamos. El país de las diferencias, el país de todas las sangres, recién ha iniciado el camino de la verdadera reconciliación. Por ello, La controversia de Valladolid, escrita por Jean-Claude Carriere, aparece en el momento preciso. Esta obra usa el concepto de «teatro vivo» de Peter Brook para ensamblar y combinar la reflexión histórica, social y cultural. «Ábrete memoria antigua […] ábrete corazón y recuerda como el espíritu cura, como el amor sana […]» Con esta melodía contemporánea, a modo de canto gregoriano, se inicia la puesta en escena dirigida por Jorge Chiarella Krüger. Su característica más importante es que apela a la imaginación del espectador; en esta línea, en el momento más álgido de la primera escena, se usa el espacio vacío para acercarnos al desgarrador testimonio del padre Las Casas. Otro elemento capital es la relación vital que se entabla con la representación. Relación propiciada, principalmente, por el espléndido teatro circular Ricardo Blume, donde los límites entre el público y los actores se desdibujan. De hecho, por momentos te dan ganas de rezar o de intervenir en la discusión. Así pues, vemos que se cumplen dos características que Brook considera medulares para que el teatro tenga esa chispa de vida necesaria para transformar el mundo: la irresistible presencia de la vida y la imaginación que llena todos los espacios.


En cuanto al montaje y a las actuaciones. Se cubren correctamente todos los aspectos históricos sin que la obra se convierta en una estampa. Debido a esto, podemos percatarnos de los dos niveles de la discusión: el que busca definir la naturaleza de los indios, si pertenecen al género humano desde la visión teocéntrica de la época; y el que era el motivo real de controversia: la justificación o no de la que se creía era una guerra justa y santa. Augusto Mazzarelli (Ginés de Sepúlveda) y Alberto Ísola (Fray Bartolomé de las Casas) demuestran toda su experiencia y vitalidad en el escenario. Vemos a un Sepúlveda astuto, retórico, apropiadamente racional para la época  y a un Las Casas sanguíneo, vital, emocional, un verdadero «adelantado» del pensamiento humanista. No es casualidad que innumerables académicos vean a Las Casas como una estela de redención en medio del oscurantismo que significo la colonia, y que su vida y su obra sean un pilar del pensamiento latinoamericano. En resumen, estamos ante una obra necesaria, que nos compete y afecta directamente, y que puede ayudar a abolir las innumerables taras que cargamos desde mucho antes que atreviéramos a llamarnos Nación. Porque la opresión y la guerra no terminaron con la colonia, porque aún a mediados del siglo XX existían innumerables pueblos de la sierra y selva que no se sentían parte del Perú, porque aún hoy vivimos entre engaños y mentiras que pretender vendernos un Perú homogéneo, gastronómico y comercial.
   

lunes, 12 de mayo de 2014

ECLIPSADAS




Eclipsadas es un canto de esperanza, que nos invita a reflexionar sobre el rol de la mujer en la sociedad actual. Está basada en hechos reales, Patricia Burke Brogan (County Clare, 1932), la creadora, vivió en carne propia las consecuencias de los abusos cometidos en las Lavanderías de las Magdalenas (Reino Unido), la última de las cuales se cerró en 1996. La puesta en escena no sacrifica ningún elemento del texto. Inicia con una pregunta: la hija de una de las “penitentes” está buscando a su madre. Estamos ante el presente que interroga al pasado, en el cual se desarrolla la historia. Este recurso impregna mucha solemnidad a la obra. De alguna manera, no solo se está contando la historia de 6 penitentes recluidas, sino, la de todas las mujeres que alrededor de 150 años sufrieron abusos, maltratos y violaciones de todo tipo, en el nombre de Dios, y bajo el amparo de la Iglesia y la sociedad. 


Esta solemnidad, presente al inicio y al final de la obra, en donde se dan los cortes temporales, debe convivir con la ternura y la esperanza que se quieren retratar. Pues toda historia de dolor y sufrimiento, también es una historia de vida y esperanza. Este es un acierto, tanto del texto como de la dirección. Durante más de 100 años, cientos de mujeres fueron sometidas a abusos de todo tipo. Por ser madres solteras, porque fueron violadas, o, simplemente, por “pecar” de licenciosas fueron recluidas en lugares como la Casa Saint Point (lugar donde transcurren los hechos). Pero la obra no quiere retratar los abusos y los padecimientos, pues, pese a que los denuncia, el tema principal es la esperanza. Así, la fuerza y la furia de Brigit (Masha Chávarri), la ternura de la dulce Mandy (Paola Jara) que desea con tu su cuerpo a Elvis Presley, e, incluso, las dudas de la hermana Virginia (Paola Vera) que cuestiona a la madre Victoria (Jimena Ballén) son evidencias de vida en medio de la oscuridad. Evidencias de vida que plantean una pregunta: ¿cómo podía pasar todo esto?


Cómo es posible que, incluso en nuestros días, solo el 2 % de mujeres ocupe puestos de alta gerencia y dirección, tanto en el ámbito privado como público, a nivel latinoamericano. Cómo sigue existiendo un machismo tan acendrado que permite comentarios machistas y hasta misóginos, de todo tipo, como el clásico: «no sé qué haría con una hija mujer, mi hijo tiene que ser hombre». En países como el nuestro donde nunca ha ocurrido una revolución social, sexual; ni siquiera, una revolución política existen muchas barreras que debemos superar. La discriminación, los abusos y la violencia están presentes en todos los estratos sociales y en todos los grupos culturales. Y son las mujeres y las minorías étnicas los que sufren los mayores estragos que ocasionan los vicios de nuestra idiosincrasia. Por eso, obras como esta son importantes, sobre todo ahora que estamos jugando a ser modernos.