Almacenados es una obra extraña; es expresionista y simbólica, pero
también busca ser realista y es una comedia. Los protagonistas de esta historia
son el señor Lino y Nin. El primero es un veterano encargado de un almacén de astas
de velero; y el segundo, un joven que lo reemplazará en pocos días. El señor
Lino debe enseñar a Nin su rutinario quehacer. Durante los cinco días de
instrucción nada ocurre en el almacén: ninguna llamada, ninguna entrega de
astas. Ambos personajes esperan, pero solo pasa el tiempo; entonces, nos damos
cuenta de la verdad del señor Lino y de que, por alguna razón, el almacén ya no
cumple ninguna función, solo es una fachada. El tema central de esta obra,
escrita por David Desola, es la enajenación capitalista. El trabajo
deshumaniza; estamos obligados a realizar tareas ociosas por dinero, en vez
desarrollar todo nuestro potencial humano.
Pero “vamos a lo que vamos”, como
dice el señor Lino. Esta composición de Desola es muy famosa; ha recorrido toda
España y muchas partes de Latinoamérica. El tema que aborda –la enajenación
laboral− y la manera en cómo se presenta −una mirada crítica de la sociedad
actual− cautivan al público. Antes de ver la obra, al imaginarme a dos
personajes encerrados en un almacén, pensé que estos discutirían cuestiones
existenciales ligadas a la actual condición humana, no imaginé una reflexión
tan concreta acerca de un tema tan manido. La reflexión que propone la obra es anacrónica
y ociosa. La condición laboral de la sociedad capitalista en la que vivimos
actualmente ha dejado atrás, largamente, la idea del sempiterno obrero
mecanizado.
Algún obrero de saco y corbata
que fue a ver la obra habrá pensado: «Uf, que alivio, yo no vivo así de engañado y enajenado».
Lo que no sabe es que ahora el capital te seduce de otra manera para utilizarte
a su antojo: A través del consumo, manejando tus sueños y deseos, controlando
tus aspiraciones. El objetivo es que cada uno de nosotros se convierta en su
propia marca registrada. Cada uno tiene que ser un trending topic; y si no lo es, tiene que imaginar que lo es;
y si no, tiene que ser parte de alguno, trabajando para alguna empresa o
consumiendo determinado producto.
Por otra parte, en su afán de ser
expresionista, la obra roza lo absurdo y por eso resulta muy inverosímil.
Algunos elementos de la escenografía dan cuenta de que la historia está
ambientada a mediados del siglo XX. Sin embargo, a pesar de esto, el señor Lino
(Alberto Ísola) parece sacado de una oficina y puesto en un almacén. La obra es
realista, pero no existe ninguna información previa de los personajes, no
sabemos por qué son como son, no tienen ningún sustrato social. Además, el
desarrollo de la obra depende de dos engaños telefónicos de Nin (Óscar Meza) que
resultan absurdos: primero se hace pasar por un psiquiatra y luego por un funcionario norteamericano. Se supone que estas tretas están en consonancia con la comicidad
de la obra.
Pese a todo esto, el público disfruto
mucho la función. Quizás las actuaciones supieron aprovechar la comicidad de
cada personaje y los momentos cómicos del texto. Como dijimos, la obra se
encuentra a medio camino entre un expresionismo simbólico y un realismo crítico.
Por eso, quizás, debió ser lo absurdo de la situación −un empleado enajenado que se
miente a sí mismo y recibe un salario por 29 años sin hacer nada− lo que debió
decir y expresar en el montaje. No obstante, el director Marco Mühletaler prefirió que el
protagonismo recayera sobre la pericia actoral de Ísola, este creó un personaje
agradable y gracioso; esto fue lo único que llamó la atención del montaje.
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