«Tu mente te golpea igual que tu
destino»
Sófocles
El Edipo Rey de Jorge Castro y del Teatro La Plaza ha sacrificado toda
la coreografía y la atmósfera de una puesta trágica tradicional, para poner en
escena a un Edipo cercano al público. Como sabemos, en la tragedia tradicional toda
la acción ocurre en el frontis del palacio, aquí accedemos a la intimidad del
gobernante, a su casa; a la vez que, a través de pequeños cambios sustanciales,
se busca inscribir la tragedia en un espacio contemporáneo –Edipo
emite un discurso, a través de la televisión,
y ofrece una recompensa para buscar al asesino de Layo; juega con una pelota de
tenis mientras soporta sus tribulaciones; e incluso, durante un momento, juega Pacman en su cuarto−.
El resultado. Solo hemos podido
vislumbrar, a lo lejos, la fatídica búsqueda de la verdad que realiza Edipo. Y
si bien, esta es la anécdota de la mayor tragedia clásica griega: el rey de Tebas debe buscar
al asesino de Layo para liberar a su pueblo de la peste. Obviamente, existe un
océano de sentidos en el que debemos sumergirnos para comprender esta búsqueda.
Ya que, siglos de reflexión y análisis han revelado que la tragedia de Edipo
encarna la tragedia de la condición humana. Edipo busca la Verdad del hecho de Ser Humano. En la versión de La Plaza solo podemos percibir la búsqueda del
asesino de Layo. Estamos lejos de intuir que toda verdad se reduce a nuestra Verdad, lejos de comprender el
dolor que siente Edipo ante la imposibilidad del Destino, lejos de sospechar que
la libertad que creemos tener todos los seres humanos es insustancial.
¿Cuál es el problema? Existen errores
que deforman características necesarias del género. En una tragedia existe una
necesidad de verosimilitud. Para que se produzca la catarsis –purificación
de las emociones mediante la identificación con el sufrimiento del héroe−; las
acciones de la tragedia deben estar perfectamente encadenadas, de manera que
una sea la disparadora de la siguiente. Se quiere acceder a la intimidad de
Edipo, pero las decisiones que se toman para lograr este propósito no son las adecuadas.
En el escenario vemos el corte transversal de una casa moderna de dos pisos,
conectados por una escalera en un extremo del escenario. De modo que, el
escenario se expande horizontalmente, y las acciones pierden profundidad por
completo. En el segundo piso hay una cama, y en algunos de los momentos más intensos
de la tragedia solo vemos el torso de Edipo. El primer piso es una especie de sala-comedor-oficina,
y, al fondo, varias columnas de metal y una pequeña puerta oscura funcionan
como el lugar donde Edipo ha de buscar a Tiresias, el adivino. Hay una mesa
llena de carritos, juguetes, sogas. No se tiene claro por donde salen y entran
los personajes de la “casa-palacio”...
Otros errores. Pueda ser que muchos piensen que para ser director lo primordial es que se te ocurran buenas ideas. Pero, la verdad, eso no es suficiente; y, muchas veces, por seguir una idea, deformamos el desarrollo dramático elemental de una obra. El coro griego no solo es el puente entre el público y la historia o los aspectos insondables del protagonista; también interroga al protagonista y a la propia historia y debe crear un clima de angustia que afecte directamente al público. Así que, no es suficiente que se nos ocurra que sean niños, porque sí. Por momentos −más de los que deseáramos− las acciones transcurren en penumbras, y los personajes se alumbran con linternas. Evidentemente, estamos ante alusiones metafóricas a la búsqueda de la luz cegadora que realiza Edipo; ante preámbulos de su trágico final. Sin embargo, insistimos, las buenas ideas no son las responsables de un montaje eficiente. Y existe una responsabilidad cuando se decide llevar a escena un clásico.