El 16 de agosto del 2012, un
grupo de obreros realizó una protesta en la mina de platino de Marikana,
explotada por la empresa británica Lonmin, al noroeste de Sudáfrica. Los
manifestantes revindicaban sus derechos laborales y pedían salarios justos. Uno
de ellos, Thuso Masakeng declaró a un reportero de Le Monde: «estamos explotados, ni el gobierno ni los sindicatos nos
han prestado ayuda. Las empresas mineras se forran gracias a nuestro trabajo y
no nos pagan casi nada. No podemos permitirnos una vida decente. Vivimos como
animales a causa de unos salarios de miseria». Para cuando Thuso declaró esto a
los medios, 34 de sus compañeros habían sido asesinados por la policía
sudafricana. Una de las masacres fue registrada por los medios de prensa; existen
imágenes del momento en que los manifestantes fueron acribillados.
Un número exagerado de policías, todos
con metralletas, rodean a un pequeño grupo de manifestantes… los manifestantes
avanzan, ellos disparan, y se levanta una nube de polvo, luego, poco a poco, el
polvo se disipa y se dejan ver los cuerpos sin vida.
Se supone que el apartheid terminó en
1992, pero lo que acabó solo fue un sistema político. Las multinacionales, en
Sudáfrica y en todas partes del mundo, pueden recurrir a las fuerzas estatales
para cautelar sus intereses. Ahora existe un sistema más poderoso y extenso que
el apartheid: el sistema corporativo y burocrático capitalista que controla
casi toda la riqueza, somete a la gente y condiciona su pensamiento. En El amo Harold y los muchachos (1982),
escrita por Athol Fugard, podemos apreciar el poder que tienen los axiomas de
un sistema imperante en la psique de los individuos. Desde que nacemos somos
condicionados, nuestros mayores temores son los que nos impone el sistema. Para
un hombre blanco siempre será más fácil pensar que los negros, los latinos o
los musulmanes tienen la culpa. Por eso,
Harold –Hally para la familia−, en vez de enfrentar su miedo, descarga su
frustración odiando lo que le dicen que debe odiar.
Hally (Fernando Luque) ha tenido una
infancia diferente a muchos niños de Sudáfrica durante el apartheid. Debido a
que su padre era un hombre lisiado y alcohólico, buscaba refugio en el cuarto
de los criados negros: Sam (Lucho Sandoval) y Wiilie (Alejandro Villagomez). De
modo que, cuando niño, libre aún de todos los prejuicios, Hally pudo crear una
fuerte amistad con ellos, sobre todo con Sam. Los hechos descritos por Fugard
suceden años después, durante la adolescencia de Hally. Luego de salir del
colegio, Hally llega a la cafetería de sus padres, allí están trabajando los
dos sirvientes de la familia: Sam y Willie. Ellos bromean y discuten acerca de
un concurso de foxtrot que se
realizará pronto en la ciudad. Durante la primera parte de la obra se describe
la amistad entre ellos. Sam y Hally discuten acerca de los grandes hombres
progresistas del mundo, recuerdan los momentos que compartieron cuando Hally
era niño, especialmente el episodio en que vuelan juntos una cometa, y discuten
la calidad artística del foxtrot. En
esta primera parte sucede poco, salvo unas llamadas que revelan la incomodidad
de Harold con que su padre regrese del hospital a casa. No hay peripecia −cambio
repentino de la situación− ni drama, la intensidad es baja, de modo que los
textos se vuelven un poco volátiles, carecen de fuerza, no son directos, y por
momentos, parece que estuvieran declamados.
Uno tono dulzón gobierna toda esta
primera parte. Al parecer esto era necesario para que el giro dramático total,
que se produce luego de la última llamada de la mama de Harold, se pueda
percibir completamente. Quizás el director, Adrián Saba, pudo modelar mejor
esta primera parte; sin embargo, puede ser que encontrar una energía apropiada
cuando la intensidad dramática es baja sea un poco complicado. Luego de que los
hechos cambian radicalmente, debido a esa llamada que altera a Harold, este y
Sam se enfrentan y revelan todos los injustos condicionamientos de un sistema
infame como el apartheid. La amistad entre ellos se destruye casi por completo,
la ternura de la primera parte se convierte es odio y frustración. Durante esas
escenas la inmersión ficcional del espectador es completa. Fernando Luque logra
construir un adolescente con el alma débil y resquebrajada debido al odio y el
miedo. Lucho Sandoval modela la hidalguía y el amor de un tipo que ya no
existe: el sirviente honorable, quien pese a todas las injusticias siempre deja
espacio para la sabiduría.
Aquí, podemos apreciar como el
conocimiento de Harold es inútil ante la vida, es torpe para defenderse de los
condicionamientos y las imposiciones del sistema; en cambio, la sabiduría ayuda
a Sam, le permite mantenerse en pie y no dejarse atrapar por el odio. Entonces,
si el conocimiento no sirve para enfrentar esos condicionamientos fijados a
nuestra psique desde pequeños… ¿cómo alcanzamos la sabiduría para hacer frente
a este sistema corporatocrático capitalista?