Hubo un tiempo
en que fui hermoso
y fui libre de verdad
guardaba todos mis sueños
en castillos de cristal
Sui Generis (1972)
Financiamiento desaprobado, obra escrita por Tirso Causillas, fue
dirigida por Nani Pease, y estuvo en temporada solamente un mes, del 10 de
marzo al 10 de abril de este año. Los protagonistas de esta obra eran un
exfuncionario estatal y su hijo, ambos vivían en un sucio y pequeño cuarto: el
hijo cuidaba al padre, que tenía alzheimer. Esta enfermedad había convertido a
quien fuera un hombre esperanzado y comprometido con el cambio social en una
sombra, una caricatura indefensa y atrapada que repetía siempre las mismas
frases y añoraba alguna ayuda para poder implementar un antiguo proyecto en favor
de los necesitados.
Estas líneas serán una reflexión en torno
de este personaje; el cual, gracias a la estupenda interpretación de Carlos
Victoria, caló profundamente en mí. Mientras lo veía perdido, desvariando, a
merced de la muerte, con la mente en tinieblas pero el corazón en llamas… asocié
su condición a muchas ideas personales relacionadas al cambio social y la lucha
por un mundo menos injusto. Me imaginé en el final de mis días,
irremediablemente acabado, como él, y convertido en una triste caricatura, con
ideas desdibujadas y sentimientos melancólicos parecidos al olvido. Luego pensé
que quizás no era necesario llegar hasta el final, y sentí, en el preciso
momento que lo miraba actuar, esa sombra amarga y sutil que condena los deseos…
Aquellos que creían que los grandes sueños
transformarían el sistema están muertos. Los de ahora, nosotros, somos como el
héroe de Tirso Causillas: no nos damos cuenta de que el objetivo que
perseguimos es nuestro obstáculo, es parte de nuestro delirio. Estamos
obsesionados con la denuncia, queremos, añoramos, gritamos y somos muy tiernos;
pero la sombra fría del olvido, como una condena, habita dentro de
nosotros.
El Estado, se supone, debió defender y
apoyar a este exfuncionario. Él dedico su vida y su muerte a un cambio social
desde la institucionalidad... Ya que antes había un resquicio de esperanza: las
instituciones sociales creadas por el hombre debían cumplir su función. Ahora,
la institucionalidad es un circo voraz y perverso. El bienestar colectivo ya no
es una quimera, es simplemente un chiste. El poder omnívoro del dinero controla
todas las instituciones… la institución teatral, el mundo artístico, el mundo
académico. Por eso, no existe un debate consistente y duradero, solo diásporas
analíticas sobre tópicos políticamente necesarios; no hay figuras señeras que
sepan guiar y sean consecuentes, solo promotores y académicos de escritorio; no
hay ningún aliciente para el desarrollo de ideas verdaderamente
revolucionarias…
No sería una locura decir que la lucha por
un cambio social ya no tiene nada que ver con el intelecto, sino con una
autárquica inercia que domina todo el espectro de la creación y las ideas en
nuestro país… ¿Podremos alumbrar solamente con el corazón, cuando nuestra mente
está en tinieblas?