Cuando me presentaron el proyecto
Manta y Vilca quedé impresionado; más que por la decidida voluntad de defender
los derechos de mujeres que fueron sistemáticamente violadas, por el espíritu
de la propuesta: lleno de amor, horizontalidad y solidaridad colaborativa. Es
que en Manta y Vilca no existe un director, sino facilitadoras del proceso
creativo (Micaela Távara Arroyo y Alondra Flores Quiroz); no existe un
dramaturgo, sino un facilitador de dramaturgia (Jorge Black Tam)... La
intención es que todos y todas participen en los procesos creativos para que exista
un desarrollo colaborativo y un aprendizaje mutuo. De esta manera, desde la propia
praxis creadora, se destruye la verticalidad patriarcal, la cual es una de las
principales formas de violencia simbólica.
Esta propuesta encantadoramente
coherente esta a cargo del grupo Trenzar, espacio de creación
interdisciplinario que se ocupa de temas de género, memoria y derechos humanos,
y cuenta con el apoyo de Demus, ONG que sigue el caso de violación y abuso cometido
en los pueblos huancavelicanos de Manta y Vilca, entre 1984 y 1995. Manta y
Vilca no es convencional, si te aventuras a asistir a una función no serás un
espectador, sino un viajante. Estarás tan cerca de las pequeñas Manta y Vilca
que podrás vivir el horror de su sufrimiento, pero también sentir la belleza de
su valentía.
La obra se desarrolla en tres
espacios de la casa Pausa. Los viajantes, en escasos cuarenta minutos, quedamos
prendados, enamorados de la historia de Manta y Vilca, dos hermanas que
tuvieron que resistir el abuso de los militares. Sentimos su miedo, y vemos latir
sus cuerpos, abrazados, al unínoso... bajo la tormenta de horror que vivía su pueblo.
Sus cuerpos laten y se defienden pero también, inevitablemente, padecen injusticias; porque Manta y Vilca no es simbólica, sino es explícita
y directa y en eso radica su belleza. El equilibrio que se consigue entre
denuncia descarnada y calidad estética es notable. Otro elemento muy valioso es el
texto, el cual, de manera tierna y esmerada, plasma la variedad dialectal del español
andino. Finalmente, debemos mencionar las destacadas actuaciones a cargo de
Carmen Amelia Álvarez Talledo y Mehida Mozón Aguilar, quienes supieron representar
la inocencia y la ternura, el coraje y la valentía de las mujeres
huancavelicanas.
En la escena más impresionante se
recrea el padecimiento de Manta a manos de los soldados peruanos. Al igual que
en otros momentos de la obra, se utiliza la tercera persona para narrar este
momento sumamente trágico; pero, en esta escena, al mismo tiempo
que se narran los hechos, las actrices realizan una performance que actualiza
el discurso de Manta. Por ello, a pesar de que se esté narrando en tercera
persona, sentimos los hechos muy cercanos; así, se consigue un equilibrio que
permite presenciar esos momentos escabrosos, pero de una manera armónica y prolija.
En nuestros días, la lucha por un
mundo menos cruel e injusto está directamente vinculada con la destrucción del
patriarcado. El Ministerio de Defensa y el Ejercito no ayudan a condenar a los
culpables de las 6182 violaciones durante el periodo de conflicto interno, porque
la violación a las mujeres ha sido y es una práctica normal y recurrente. El cuerpo
de la mujer sigue siendo considerado un botín de guerra o un objeto de lujo...
Las instituciones y los medios de comunicación refrendan esto. De modo que el
camino por un verdadera igual humana recién ha iniciado.
Absolutamente de acuerdo, Piero. Este viaje, tan cerquita y sensible, nos da la oportunidad de repensarnos en este universo de violencia brutal que aún es "muy lejano" para peruanos y peruanas. Más allá de señalar culpables (harto conocidos) somos nosotros los que necesitamos curarnos y desde algún lugar "reconciliarnos". ¿Cómo se hace? Me pregunto con angustia.
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