En la Francia de Luis XIV una
obra de teatro era valorada por su contenido aleccionador, ético y moral. La comedia no era la excepción, pues debía
cumplir ciertas reglas básicas dictadas por el decoro y la razón; entre ellas, educar. Así, las comedias debían «corregir las costumbres riendo», o castigat ridendo mores. Molière a través de la parodia precisa, de
la fina ironía, del uso brillante del sarcasmo y la farsa hizo realidad estos
ideales, y se convirtió en la figura clave del clasicismo francés. Cuando el
teatro trata temas tan elevados como la libertad, las ideologías o la patria es fácil caer en la modorra y los
puntos comunes. Por ello, a veces, se recurre a la fuerza aleccionadora de la
risa. Pero, ¿cómo no caer en el extremo opuesto?, ¿cómo saber cuál es el límite
de manera que no se desvirtúen conceptos y no se hieran susceptibilidades?
Las respuestas a estas interrogantes
las podemos ver en escena en la obra de Arístides Vargas: LA REPUBLICA ANÁLOGA. En la cual «un grupo de intelectuales, de
diversos oficios, cuya singularidad reside en su marginalidad y disconformidad
con la realidad en que viven, son llamados por uno de ellos a conformar una
especie de sociedad secreta, que tendrá como fin crear una república análoga, un
país utópico, donde las fallas de la historia serán subsanadas por imposibles
metas a cumplir».
Si usamos un concepto intemporal de decoro. De manera que, a grandes
rasgos, lo definamos como el «justo medio» en función de la época y el
contexto social. El justo medio podría variar; así en LA
REPUBLICA ANÁLOGA se podría aplicar un decoro del siglo XXI; dictado por la intuición precisa
de los creadores y del director. Estamos abusando de los conceptos; pero el excelente uso de la risa y el humor en temas tan elevados lo amerita. La obra tiene un ritmo exuberante, en ningún momento desentona, invita al público a la reflexión a través del juego.
Es un humor blanco y lúdico;
donde las constantes paradojas, la fina ironía, lo farsesco, y los bailes y desplazamientos coreográficos plantean reflexiones acerca del progreso, la
historia, los héroes. A todo esto se suman los potentes monólogos sobre temas ideológicos, políticos y filosóficos. Toda la obra reflexiona
sobre la patria y la condición de homus
politicus del ser humano. El principal problema es la oposición entre lo que se desea y lo que se logra obtener. Pareciera que las palabras solo tienen poder en el mundo
de las aspiraciones, en el mundo de los ideales; pues en el mundo concreto no logran nada. Lamentablemente, al hombre le fascina dejarse atrapar por el mundo de los ideales; y cuando sucede esto se olvida del otro; por eso, en palabras de Chester «lo
imaginado produce más miedo que lo real». Así, muchas veces, las ideas justifican mentiras, traiciones, muertes, genocidios. Por eso, la República Análoga no esta compuesta de ideas; sino de risas, juegos y paradojas; y tiene el elevado y magno propósito de defender la libertad: la primera república inalienable.
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