lunes, 9 de junio de 2014

TODOS ERAN MIS HIJOS



Para algunos intelectuales contemporáneos el sujeto crítico de Kant está siendo reemplazado por otro tipo de hombre, uno despojado de juicio e impulsado a gozar sin límites. Es que en nuestros días la culpa parece estar vinculada casi exclusivamente con el ámbito jurídico. Pues cada día más personas actúan sin medir ni evaluar las consecuencias. Divagando en torno a este tema podríamos decir que, quizás, esto se deba a que las personas ya no se comprometen con nada. Hoy el compromiso más grande es con la satisfacción personal; en consecuencia, «esas pequeñas revoluciones privadas» ocasionadas por la conciencia han pasado a un segundo plano.  



A diferencia del contexto actual, son justamente esas revoluciones de la conciencia las que estructuran la obra Todos eran mis hijos de Arthur Miller. Esta es una apasionante tragedia contemporánea que critica los excesos y las ilusiones del modelo capitalista. Su trama principal es el sentimiento de culpa que nace del conflicto entre el compromiso personal y familiar, y el compromiso con el país. Luego de la Segunda Guerra Mundial la familia Keller busca estabilidad social y económica. Pero la muerte de su hijo mayor y la sombra de una gran mentira negada y ocultada por Joe y Kate Keller no los deja vivir en paz. Joe Keller (Víctor Hugo Vieyra) vive negando su culpa en un accidente de guerra; y, en ese afán, culpa a un ex empleado y amigo suyo, padre de la prometida de su hijo muerto Ann Deever (Natalia Cárdenas). En el transcurso de la representación el hijo menor de los Keller, Chris (Sebastián Reátegui) y George Deever (Francisco Cabrera), hermano de Ann, se encargan de descubrir las mentiras que sostienen la vida de los Keller. Las formidables actuaciones de Víctor Hugo Vieyra y Attilia Boschetti son secundadas por las demás, todas sobresalientes. Los diálogos son atentos y claros, de manera que la historia se construye con facilidad. Kate Keller (Attilia Boschetti) es el personaje paradigmático y más complicado de la obra. Ella sostiene la mentira de su esposo, actuando para la vida, mintiéndole a la vida misma. El personaje, Kate, actúa su propia vida para negar sus dolores, para proteger su estabilidad emocional, para resguardar sus miedos. 


En cuanto a la dirección, Tolentino siempre lleva al límite sus obras y es totalmente consciente de ello: « […] llevo ese síntoma trágico de los personajes de Miller a otro plano, quizás al de una poética de la ruptura con lo cotidiano, y de ruptura también, con lo que aprendimos o suponemos que es lo teatral». En Japón, otra obra suya a la que pudimos asistir, la superación de lo estrictamente “teatral” fue evidente. Con Todos eran mis hijos, vemos que esta particular manera de encarar una obra no conoce límites ni tampoco fórmulas, sino que es «una [constante] reflexión sobre el propio teatro». Lo más fácil de percibir es la imponente escenografía, la cual juega con los espacios y está diseñada para soportar efectos de iluminación y música cercanos al cine. A través de estos aspectos, que pueden parecer secundarios, Tolentino maneja a su antojo la representación, y crea un efecto sugestivo que permite enfocarnos en el sufrimiento, las tribulaciones y el miedo de los personajes, pues estos se ven afectados completamente por la disposición del escenario. De manera que, en esta puesta en escena vamos a poder sentir esa revolución de la conciencia, «esas pequeñas revoluciones privadas» que a toda costa buscamos evitar.  




1 comentario:

  1. Piero, gracias por la lectura de mi puesta en escena, y sobretodo gracias por leer más allá de lo obvio. Es una obligación aprender de lo que uno hace, pero es más grande cuando reconoces que a alguien le sirve y lo comparte. Un abrazo
    Carlos Tolentino

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