En un famoso ensayo titulado «Contra
la interpretación» (1966), Susan Sontag, brillante ensayista norteamericana,
planteó
lo siguiente: El estatuto ontológico de la obra de arte no ha cambiado desde Aristóteles
hasta la actualidad. Qué significa esto… que aún seguimos creyendo que el arte
nos intenta decir algo; seguimos pensando que nos acercamos a una obra para
interpretarla. Y esto nos entrega, inevitablemente, a las garras de la
supremacía del contenido. El contenido, de ninguna manera, puede gobernar el
arte. No interpretamos una obra; expandimos su sentido, nos adueñamos de él, lo
vivimos y gozamos.
Esta supremacía del contenido se ha
apoderado de dos obras estrenadas recientemente. Las neurosis sexuales de mis padres (Lukas Bärfuss) y Al otro lado de la cerca (August
Wilson). Coincidentemente, ambas fueron dirigidas, al mismo tiempo, por Jorge
Villanueva. Estas obras comparten algunas características. Ambas son de autores
extranjeros, el primero suizo, el segundo norteamericano. Ambas se inscriben
dentro de un proyecto crítico y reflexivo mayor, fuertemente vinculado con el
contexto de producción de cada autor. Las obras de Bärfuss critican la ideología
racista y chovinista que sirve de sustrato principal para la formación de las
sociedades europeas. Y la gran serie de Wilson indaga y denuncia la discriminación
contra los afroamericanos en Estados Unidos.
Las
neurosis sexuales de mis padres es una obra muy compleja, que
necesita un estudio meticuloso para ser puesta en escena. Se debe crear la
atmósfera correcta para que los personajes adquieran sentido y vida propia.
Esto no sucede en la obra estrenada en la Alianza Francesa. Alberto Servat, ha
escrito una crítica muy certera en el Comercio. En la que elogia la actuación
de Wendy Vásquez. Coincidimos, pudimos apreciar una Dora atractiva y
conmovedora. De la misma manera que en Al
otro lado de la cerca vimos a un Troy Maxson (Martin Abrisqueta) potente,
contrariado e interesante. Lamentablemente, estas obras se reducen a sus
protagonistas; y claro al mensaje que trasmiten, el cual en vez de crear
expectativa, asfixia las representaciones.
En Al
otro lado de la cerca, lamentablemente, esa asfixia empeora. Como bien
sugiere Sergio Velarde, basta leer el programa de mano para darnos cuenta de la
confusión que genera presentar una obra bajo una etiqueta. Siguiendo su
reflexión, encontramos otra similitud entre los dos montajes de Jorge
Villanueva. El tema de la discriminación solo es un tema de los muchos que
plantea Al otro lado de la cerca. Lo
mismo sucede con Las neurosis sexuales de
mis padres; la incomprensión y falta de comunicación sobre temas sexuales
entre Dora y sus padres es solo un tema de los muchos que aborda el complejo
drama de Bärfuss. Evidentemente, este afán reduccionista no solo es un asunto
de la producción y el director. El campo teatral, que recién se está
construyendo en Lima, parece mostrar más entusiasmo por el tipo de obras que
tienen mensaje. No es casualidad que reconocidos diarios de Lima, que raramente
se ocupan de temas culturales, hayan dedicado extensos artículos al análisis
del mensaje de estas obras.
Una obra de teatro tendría que ser, en
todo momento, una experiencia espontánea, lo ideal es que estemos liberados,
por completo, del corsé de la interpretación. Por lo demás, es evidente que algunas
obras foráneas deben ser adaptadas para estrenarse aquí. ¿Se podrá estrenar una
obra extranjera sin ninguna adaptación? Compartimos los mismos códigos con el
resto del mundo, pero, ¿también compartimos la misma sensibilidad? Finalmente,
creemos que el teatro es una experiencia aleccionadora, pero no porque nos
instruye sino porque nos permite gozar y vivir una experiencia estética. Uno de
los elementos para lograr esto es crear un vínculo horizontal entre la obra y
el espectador. Al otro lado de la cerca
no le deja absolutamente nada al espectador, se apodera de todo, incluso antes
del estreno.
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