domingo, 21 de agosto de 2016

COLLACOCHA


Collacocha fue escrita por Enrique Solari Swayne y estrenada en la Asociación de Artistas Aficionados en 1956. A grandes rasgos, podríamos decir que se trata de un drama épico. Pues aunque no descuida los aspectos dramáticos, lo narrativo prima en la composición. Como en muchos de los mejores dramas donde la historia es lo primordial, esta obra nos atrapa por el manejo de la tensión y por el protagonista, quien conduce la narración: el ingeniero Echecopar.

Echecopar anhela la modernización del Perú. Por eso, desea terminar a toda costa, aunque tenga que asfaltar la carretera con sus huesos y los de sus obreros, un túnel de la costa a la selva, a través de los andes. Sin embargo, la laguna Collacocha amenaza desde la superficie, hace rondar a la muerte por los túneles del proyecto. Esta obra toca un tema neurálgico para los países de América Latina. Durante toda nuestra historia hemos pensado que la modernización nos conduciría al progreso.


Hoy hemos comenzado a cuestionar aquel mito. Todavía creemos en una historia progresiva que nos conducirá inevitablemente al desarrollo. Pero, como afirma Rómulo Assereto, director de Collacocha de La Plaza, nos hemos percatado de que quien se sacrifica por ese supuesto “desarrollo” siempre es el otro. A pesar de ello, aún estamos muy lejos de asumir la historia desde un horizonte analítico distinto al del mito del progreso. Así, en el programa de mano de Collacocha, Alberto Rincón Effio escribe: «Dominar la naturaleza ha sido el fin interminable de la especie y de la historia, marcada por grandes hechos y pequeños esfuerzos que lo prueban. Primero fue el que construyó sobre lo alto de una montaña y la dominó, luego el que se embarcó a mar abierto hacia…»

No es posible que se cometan errores de esta magnitud. Seguiremos creyendo que la humanidad “avanza” hacia el desarrollo mientras se siga pensando que la historia de la especie humana es la historia de Occidente. Dominar la naturaleza no ha sido el fin interminable de la especie y de la historia. De hecho este proyecto europeo nace con la modernidad, alrededor del año 1637, cuando Descartes escribe el Discurso del método. Cuando Marx y Engels escriben el Manifiesto del Partido Comunista en 1848 la idea de progreso acababa de ser sistematiza hace menos de 100 años.


En 1956, Collacocha se convirtió en un producto ideológico al servicio de los intereses de las clases dominantes. Echecopar encarnaba el anhelo de modernización del país. El discurso actual todavía anhela el progreso, aunque se declara cada vez más consiente de los perjuicios que produce y se muestra condescendiente con aquellos que sufren por el crecimiento económico del país. Eso es todo lo que hemos avanzado. La obra Collacocha estrenada en el teatro de La Plaza conmueve. El trabajo de escenografía, sonido y luces logra hacernos sentir los elementos de la naturaleza. Se siente el murmullo del agua, el eco en las rocas. El Echecopar que se presenta es agradable. El papel le asienta muy bien a Leonardo Torres Vilar. Su voz y sus maneras aristocráticas tienen suficiente fuerza para encarnar a un héroe excéntrico, un adalid del progreso, pero también una noble hidalguía que permite sentir su duda y arrepentimiento. Logra ser el vínculo dramático con una anécdota que se presenta distante del espectador.

Al respecto resulta curioso que el público se riera constantemente, incluso en los momentos de mayor tensión dramática, cuando el miedo por la inminente inundación descontrolaba a los personajes. Para Baudelaire, uno de los primeros poetas modernos, la belleza radica en las pasiones. Quizás ese aspecto épico de la modernidad, aquel ingeniero aventurero que se enfrenta a la naturaleza y arriesga su vida por el desarrollo, resulte muy lejano para nosotros, casi una caricatura al lado del empresario proactivo que busca maximizar sus recursos. Eso permite preguntarnos: ¿dónde radica el lado épico de la vida en la actualidad?, ¿cuál es la naturaleza de la belleza en los días que vivimos?


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