«El
amor es siempre la posibilidad
de
asistir al nacimiento del mundo».
Alain
Badiou
Edith
Piaf popularizó una canción llamada Sous le ciel de Paris, que inicia con los siguientes versos: «El cielo de París ve pasear el amor, amantes que van
mostrando su aire feliz». Esta canción,
que fue por muchos años emblema del amor, sigue viva gracias a una nueva
versión del grupo Zaz. Cuando hablamos del amor, muchas veces hablamos de un
encuentro –París es el emblema del encuentro de los
amantes− pero casi nunca hablamos de la duración del amor o de su final. Nos
gusta creer que ese mágico acontecimiento: un día, una semana, unos meses…
durará para siempre. Por eso necesitamos emblemas que cristalicen esa belleza para siempre: una canción, un lugar, una ciudad…
Clausura
del amor (Clôture de l’amour), escrita por el francés Pascal Rambert, no recrea ese encuentro o, en otras palabras, ese acontecimiento mágico que significa abandonar la singularidad para ver el
mundo desde una diferencia, Alain Badiou dixit. Todo lo contrario, esta obra relata
el final del amor de una pareja a través de dos monólogos. Este recurso, que le
otorga su principal característica, crea una contradicción insalvable. El autor
quiebra la situación comunicativa, y por lo tanto también la representación
mimética, esto convierte a la puesta en escena en una alegoría. El diálogo está
completamente roto, ya no existe una relación, un dos; ya no se ve el mundo y
los acontecimientos desde la diferencia, sino desde lo uno, desde dos
monólogos, que se enfrentan como un gato ante su reflejo en el espejo.
Clausura del amor explora la percepción del amor en el
mundo actual. No
sabemos porque Audrey (Lucía Caravedo) y Stand (Eduardo Camino) deciden
terminar su relación, ya que eso no es importante, lo relevante es explorar
hasta que medida el amor es un riesgo útil. Si al final solo queda un
descarnado suplicio, donde ni siquiera la lucha es posible pues no puede haber un
enfrentamiento donde no existe el diálogo, ¿por qué anhelar el amor?
La puesta en escena cumple con todos los
lineamientos que ha seguido el montaje en Europa. La obra se estrenó el año
pasado en España, país de origen de Darío Facal, quien dirigió este montaje. Un
escenario despejado, profundo, con iluminación blanca y dos sillas recrean lo
que sería un taller de ensayos, donde Audrey y Stand, que son actores, tienen
pactado su último desencuentro.
Este drama utiliza representaciones ortodoxas de
lo masculino y femenino, en su relación con el amor. Stand es severo y
retórico. Al mismo tiempo que trata de desarticular el concepto del amor
romántico, construye una mujer idílica, una actriz apasionante y atractiva, de
modo que la pregunta por qué terminas con ella asoma muchas veces. Audrey es
ácida y descarnada. Ella no nos habla del amor, sino de su amor por Stand. Recuerda su relación, y argumenta y reclama desde
el dolor de quien sigue amando, incluso intenta un último acercamiento; pero
solo recibe ese agrio desencanto que siempre nos obliga a refugiarnos en el
orgullo. Las actuaciones son impecables, ambos vocalizan perfectamente, manejan
los tiempos y la respiración y hacen gala de un despliegue físico
impresionante.
Es reconfortante comprobar que Lima puede
producir actores de la misma calidad que Europa. Los adjetivos de una crítica
española de la misma obra les calzan perfectamente a Lucia Caravedo y Eduardo
Camino; ya que Audrey fue “un turbión encendido de poesía” y Stand como un
pequeño “buñuelo incendiado”, pues su retórica es casi falaz y merodea muchos
lugares comunes. Clausura del amor es
una prueba de resistencia tanto para los actores como para el público, es
saludable que haya tenido una temporada en Lima.
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