Grietas, drama creado por Christian Saldívar Fano, recrea el
ambiente que se vivía en Lima a inicios de los años 90, inmediatamente después
de la captura de Abimael Guzmán. Al respecto, el autor acota: «En Grietas no se sabe escuchar, cada quien
actúa según lo que en su mente funcionaría para todos […] Se insinúa, se
interrumpe o se pronuncia bajito, como se hacía a menudo en los 90». Efectivamente,
los parlamentos se atropellan, se entrecortan; además, como Pepe Santana
recalca, se presenta demasiada información irrelevante y esto dificulta la
comprensión. Este clima encriptado se refuerza con la escenografía propuesta
por Jamil Luzuriaga, la directora: cajas de cartón rodean el escenario –el
público está dispuesto en U− y adentro se intenta reconstruir los distintos ambientes
de una casa. Las cajas están quemadas; auguran el desenlace de la obra.
En la composición del texto se
puede percibir cierto desenfreno. Quizás, por ello, el montaje no pudo calibrar
el texto de manera adecuada. Los actores no lograron naturalizar sus
actuaciones en el espacio dispuesto para tal efecto. La disposición de las cajas
asemejaba un laberinto, pero no se aprovechó este valor simbólico. Todo lo
contrario, con ese texto y en medio de ese escenario –la sala era muy oscura− la
actuación parecía atropellada y creaba un letargo agotador. Se supone que Lorena
(Moyra Silva), que tiene escenas con cada uno de los personajes, debía ser como
un recuerdo que deambula por la casa; un ser apartado del ahora, en el cual se
ubican el resto de los personajes, sin embargo, era difícil percibir esto.
Carmen (Sylvia Majo), su madre, esperaba ansiosa el regreso de Lorena, pero su
deseo de redención –practicaba una religión evangélica−, aunque interesante, era
excesivo, y por momentos afectado.
Los personajes, pero también los
actores, estaban atrapados por las cajas. Javier (Joaquín Escobar), hermano de
Lorena, y Alberto (Antonio Arrué), su padre, también fueron desbordados por el
texto y la propuesta escénica. Solo Abel (Manuel Calderón), dueño de la casa y tío
de Lorena, se desenvolvió de manera solvente. La mejor escena de la obra,
cuando él se aprovecha de la pequeña Lorena, es sutil y está muy bien modulada.
Estamos ante un texto en
transición, con un elevado potencial simbólico, pero con muchas deficiencias
que vuelven difícil la tarea de la directora. El texto opta por una estructura
no lineal; los acontecimientos transcurren en dos planos: el pasado, cuando
Lorena vivía en la casa, y el presente, en el cual su familia y especialmente
su madre ansían su regreso. La fragmentación de una historia tiene como
objetivo compenetrar al espectador con la misma de una manera envolvente y
sugestiva. Pero esto carece completamente de sentido si es que desde mucho
antes de la mitad del texto sabemos qué es lo que ocurrió: «Hay
una herida, Javier. No sale con nada. Nadie quiere verla, se tapan los ojos y
oídos».
Por otra parte, nunca sospechamos
que Carmen sepa que Abel violó a su hija, solo al final ella decide revelar la
verdad, y suponemos que callaba porque deseaba quedarse en la casa. El problema
es que esto no se deriva de los parlamentos ni de la actuación. No existe
relación entre Carmen, la madre evangélica que desea que su hija la perdone, y
Carmen, la calculadora que oculta las cartas de su hija a su hermano y decide
contar la verdad solo al final para chantajear a Abel. Estamos ante un
personaje complejo, de hecho podríamos alegar demencia, ya que al final quema
la casa, pero el problema es que esto no se colige a partir del desarrollo de
las acciones. Algo similar a lo expuesto ocurre con Javier, otro personaje muy
complejo; no se logra construir adecuadamente la relación que existe entre él y Lorena. Debido a todos estos elementos es difícil decidir desde qué perspectiva construir la historia.
A pesar de lo expuesto, es
necesario recalcar que el texto tiene mucho potencial simbólico. Carmen no
quiere ver lo que sucede con su hija, todo por obtener un beneficio material,
por conservar su casa; la cual, después, resentida y desesperada, quema, para
olvidar todo, para pasar a otra cosa… el problema es que siempre habrá una
herida que nadie quiere ver, que todos ocultan…
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