Cuando niño, me encerraba en mi
habitación e imitaba a Seiya, el caballero Pegaso de Los caballeros del
Zodiaco; luego, años más tarde, protagonizaba acaloradas historias que
alimentaban mis fantasías juveniles. Ahora... ahora tengo el teatro y la
literatura... ¿Por qué no podemos vivir sin actuar? ¿Por qué siempre recreamos
alguna historia o jugamos a ser alguien más? Según Nicolas Evreinoff, teórico y
director ruso, existe algo llamado instinto de transformación (the instinct of
transformation). Para él, el teatro es infinitamente más grande que el escenario;
y es tan esencial para la vida como el aire, la comida o las relaciones
sexuales.
Debido al instinto de
transformación tenemos la necesidad de jugar a ser otro(a). Este juego
instintivo es vital porque nos ayuda a generar empatía y nos permite luchar
contra la adversidad. Al ser un instinto, es un arma de defensa cuya única
finalidad es garantizar el goce, aunque sea ilusorio y momentáneo.
En esta oportunidad comentaremos
dos funciones diametralmente opuestas, pero que se emparentan porque ambas
utilizan el juego de roles como disparador dramático. La primera es una obra
clásica: Las criadas (1947) de Jean Genet.
Esta obra fue parte de XVI Festival de Teatro Saliendo de la Caja, fue dirigida
por Omar Del Águila y protagonizada por dos jóvenes egresadas de la Facultad de
Arte Dramático de la PUCP. La segunda es una obra comtemporánea: Penúltima Comedia Inglesa (2013),
escrita por el chileno Marco Antonio de la Parra, dirigida por Sergio Achiraico
y protagonizada por Úrsula Kellenberger y Paco Caparó.
Las jóvenes actrices Mariapía Condorchua y
Ximena de la Puente se aventuraron a protagonizar a Clara y Solange: las
criadas. Sus actuaciones, de la mano de la experimentada Ximena Arroyo ─la
señora─, nos permitieron gozar el arte y la sutileza del texto de Genet. Evidentemente, la dirección también
fue fundamental. Omar Del Águila logró una propuesta depurada y certera, con el
ritmo y la dinámica apropiados para no aburrir al espectador. Las criadas nos relata la historia de
dos sirvientas que anhelan ser la señora de la casa. Ellas desean una vida
digna, un destino distinto; para eso, crean una ficción y juegan a ser la
señora. No sabemos si la ficción se mezcla con la realidad o la realidad con la
ficción, pero en el transcurso de ese juego la violencia adquiere cada vez
mayor protagonismo... el destino de las criadas es irremisiblemente trágico.
Por el contrario, como su nombre lo indica, la obra, encantadoramente
protagonizada por Ursulla Kellenberger y Paco Caparó, es una comedia. Como en Las criadas, los protagonistas juegan a
ser otras personas; el problema, que genera suspenso, emoción e incertidumbre
durante toda la función, es que no sabemos quienes son verdaderamente. No son
Carlos e Irma, los almidonados amos ingleses; tampoco son Rita y Jaime, los serviles
pero pícaros sirvientes... ambos nunca revelan sus identidades... Solo sabemos
que están encerrados y atrapados, que tienen miedo y que el único goce que
perciben es jugar a desearse, con erotismo, pasión y violencia.
Pero además de no saber quiénes son, tampoco sabemos dónde están ni qué
es lo que pasa afuera: ¿a quién o a qué le tienen miedo? Nos hablan de
vagabundos, de personas que están en el sótano, en la cochera, pero no sabemos
exactamente quienes son. De modo que nos vemos sumergidos en un ambiente
completamente confuso. La particular atmósfera que crea el espacio del Teatro Club
de Lima permite una estrecha intimidad con los personajes, sentimos que estamos
dentro de su espacio, en una vieja casona... El ritmo de la obra aumenta de
manera muy sutil, los cambios de roles son más intensos e inesperados, hacia el
final son casi constantes. Sin embargo, en todo momento, esa confusión alimenta
el suspenso. El espectador nunca se pierde por completo porque el timing se maneja de forma acertadísima. Las
excelentes actuaciones y el astuto recurso que propone el director para el
final coronan esta comedia inteligente y fresca.
Existen algunas similitudes interesantes entre estas dos obras. En ambos
casos el juego de roles esta asociado al exceso y la violencia. A su vez, en ambas
historias la muerte tiene un rol protagónico. En Las criadas, Clara se sumerge en el papel de la señora para cumplir
su fatídico destino. En Penúltima comedia
inglesa, ambos personajes destruyen su subjetividad para ¿seguir aferrados
a la vida? ¿Por qué ese jugar a ser otro(a) se vincula con la muerte? ¿Será que
la muerte es nuestra última gran transformación? Según Evreinoff, en algunas
culturas premodernas, el efecto teatral, originado por el instinto de
transformación, es más importante incluso que el bienestar físico... por eso
existen los tatuajes, las perforaciones y otros mecanismos de transformación.
De esto podríamos colegir que toda transformación, entendida como juego actoral,
implicaría un cierto grado de violencia... ¿será así?
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