En una de las mejores escenas de Scarface (1983), Tony Montona, ebrio y
agotado, decepcionado de su vida, reclama a la gente que lo mira: «¡Qué montón
de estúpidos! ¿Saben por qué? Por que no tienen las agallas para ser lo que
quieren ser. Necesitan tipos como yo. Necesitan tipos como yo, para señalarlos
y decir: “Ese es el tipo malo”. ¿Y ustedes que son? ¿Buenos? No son buenos.
Solo saben esconderse...»
Oda a la luna, escrita por Carlos Gonzales y dirigida por Fernando
Luque, es una reflexión acerca del deseo de trascendencia. Estos días, más que
nunca, buscamos trascendecia en vez de felicidad, aún cuando aquella llegue con
la ayuda de una tarjeta de crédito o se agote en una noche de excesos...
Anhelamos trascender, y por perseguir este objetivo, inevitablemente, nuestras
vidas se vuelven insustanciales.
En esta obra nadie tiene las
agallas para ser lo que quiere ser, ni siquiera Marco (Juan José Espinoza), quien
gana un viaje a la luna. Este premio no es un reconocimiento, es simplemente un
escape. Marco no es un escritor, gana el concurso por un poema que escribiera
alguna vez en su juventud. De modo que su viaje es alegórico, representa algo
más: una forma de huir de la intrascendencia. Así como él, los demás personajes
viven atrapados por sus egos dañados, quieren trascender, quieren creer que sus
vidas tienen «potencia y originalidad», practican una especie de autoaceptación
doliente, viven entre engaños y apariencias.
El argumento de la obra ─el viaje
que gana Marco─, en realidad no es el argumento. La historia de Marco se
conecta con las demás pero solo tangencialmente. La pareja interpretada por los
actores Lucho Ramirez y Montserrat Brugué conforman una historia independiente;
Gabriel Gonzales y Alexa Centurión también interpretan a otra pareja con una
historia singular... De hecho ambos interpretan la escena más hilarante; una
clara evidencia del ingenio y la calidad del texto. De modo que estamos ante
varias historias independientes. A partir de ellas, la dramaturgia y la dirección
buscan construir una estructura dramático-discursiva compleja, pero no lo
logran.
Se podría decir que la naturaleza
de la obra es fragmentaria, pero el texto adolece de una cohesión global, esto
convierte al montaje en un conjunto de escenas. No obstante, los parlamentos
son atrevidos, entretenidos e inteligentes. El director ha optado por una
dispoción escalonada con distintos niveles ─andamios de madera─ esto distancia
aún más las escenas y refuerza el caracter fragmentario. Aunque también ha
planteado algunos efectos sonoplásticos interesantes que buscan cohesionar las
distintas historias. Las actuaciones no son uniformes, la mayoría derrochan una
energía excesiva, esto impide gozar la originalidad del texto. La excepción es
Juan José Espinoza, quien logra construir un personaje sincero, su performance
está en equilibrio con el cáracter incoherente y absurdo de la propuesta.
En resumen, Oda a la luna es una obra interesante, debido en especial a la
calidad textual de ciertas escenas. Dada la inusual singularidad discursiva de
este montaje, estamos seguros que Carlos Gonzales podrá crear universos mucho
más sólidos y atractivos en el futuro.
Me gusta la idea de aquel "no lo logra" interceptada por la propuesta que -según cuentas- habla sobre la trascendencia desde un alegórico viaje a la luna. Me viene a la mente la película "Le Voyage dans la Lune" de los hermanos Mellies. Primer filme de ciencia ficción que, sin duda, intenta sortear una suerte de absurdos dilemas científicos que solo logran dañar el ojo derecho de la luna. Y es que este satélite tiene fama de "lugar utópico" que vincula al hombre moderno con sus logros o sus patéticos deseos de expansión. Entonces, para cerrar la idea, ese sugerente "no lo logra" podría ser parte del propio discurso escénico incoherente. Claro, tú lo dices desde el binomio del conjunto texto/dirección. Que si no está bien cabalgado, su destino es quedarse a media carrera. En fin, siempre se necesitan agallas para mirarnos en la cara del teatro. ¡Bien!
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