Antes de analizar la adaptación y el
montaje de Un cuento para el invierno,
realizada por Alberto Isola, conviene dilucidar, en la medida de lo posible, lo
que la tradición crítica llama romances shakesperianos−los cuales corresponden a la última parte de su producción−. En primer lugar, debemos
aclarar que no corresponden a una etapa de “ensimismamiento” o “reclusión
bucólica del genio”. De hecho, Shakespeare estaba siguiendo el
desarrollo de la dramaturgia de su tiempo. Por aquellos años, el dramaturgo John
Fletcher (1579-1625) introdujo la tragicomedia al circuito teatral londinense. Posteriormente,
incluso, Fletcher colaboraría con el Cisne de Avon en una de sus últimas obras:
Los dos nobles caballeros (1634). Era
una época de transición; el periodo isabelino llegaba a su fin. La corte
demandaba otro tipo de espectáculos. De modo que, los romances fueron escritos
pensando en un público distinto.
La principal característica de los
romances es la mezcla de temas cortesanos, pastoriles y fantásticos; y la
combinación de elementos trágicos y cómicos. Si esto puede asociarse a lo que
hoy conocemos con el nombre de posmodernidad, como Isola sugiere, es un tema
que requeriría mayor investigación. Por lo pronto, el montaje promete: llevar a
escena esta mezcla inusual de elementos, y lograr que el tiempo sea uno de los
principales agentes simbólicos de la puesta en escena.
El primer aspecto se cumple, aunque no
cabalmente. Isola maneja adecuadamente los giros cómicos y dramáticos por los
que transita la obra. Es muy interesante, por ejemplo, sentir las pinceladas de
comedia durante la parte trágica; o la manera en que un hecho funesto −el abandono
de Perdita y la trágica muerte de Antígono− se convierte en un episodio
hilarante, en boca del Bufón, con el que se da inicio a la parte pastoril. Otro
aspecto positivo son los diálogos entre los tres protagonistas: Leontes
(Leonardo Torres), Políxines (Miguel Iza) y Hermione (Alejandra Guerra).
Sin embargo, es preciso intentar develar
los errores que se cometieron para apreciar la verdadera particularidad de Un cuento para el invierno. Como sugiere
Servat, en El Comercio, algunas de las actuaciones, especialmente en la parte
pastoril, no están correctamente moduladas. Debió existir un mayor equilibrio
entre el Bufón (Miguel Álvarez) y Antíloco (Alberick García). Perdita (Paloma
Yerovi), a pesar de su elegancia y belleza, nunca logra hacer despegar a su
personaje. Y Florizel (Franklin Dávalos) derrocha una energía infantil que
desentona con el resto de la composición. Mención aparte merecen Paulina
(Mónica Rossi) y Camilo (Alfonso Dibos). Ambos personajes completamente modernos
inscritos en una obra clásica. Por ello, personajes interesantísimos; no
pudimos percatarnos si se sacó algún provecho de esta característica sui generis.
Esta obra es diferente a todo lo anterior
escrito por Shakespeare; principalmente, porque al mezclar elementos hasta
entonces tan disímiles, modifica las estructuras dramáticas tradicionales. De modo
que, las grandes escenas y los largos monólogos no tienen la misma importancia. Ahora lo más importante es la
estructura general de la composición. Entonces, más importantes que las escenas, son
los procesos. Por eso, quizás, en la escena del juicio de Hermione, no fue la mejor decisión que ella
compareciera sola en el escenario para hacer sentir al público parte del
pueblo. Esto impidió que podamos apreciar el momento
en que Leontes reacciona y se percata de su error luego de escuchar la
revelación del Oráculo. Esta peripecia era muy atractiva dramáticamente,
y fundamental para comprender la secuencia de los hechos.
En cuanto a la representación
simbólica del tiempo. Si bien es cierto que el texto realiza algunas alusiones
textuales respecto del tópico del paso inevitable de los años, y algunas de ellas
son llevadas a escena. La hipótesis del montaje, si tal concepto existe, es que
el paso del tiempo es un componente sustancial de las complicaciones que se
producen en la obra. Isola deja en claro esto en varias entrevistas: «El tema
fundamental es crecer y envejecer», «dos hombres enfrentan el temor a
debilitarse y ser reemplazados por una nueva generación». Además, un reloj de
arena es la imagen central de toda la publicidad. Bueno, si el director
plantea una lectura de la obra, y esa lectura promete la
reflexión de un tema grande como es el tiempo, debemos percibir un trabajo al
respecto. Pero esto no sucede, el tema del tiempo no otorga profundidad simbólica a la composición, solo actúa a nivel de la historia.